martes, 24 de agosto de 2010

La Anciana

La Anciana
Por SARA GARFINKEL

La vi como perdida, con la mirada fija en el horizonte marino. Bajé a la playa y me acerqué a ayudarla.
Le pregunté que buscaba. Dio vuelta su cabeza cubierta de cabello cano y me miró con sus ojos de color madreselva, asombrosamente jóvenes y vivaces que no armonizaban con su muchos años. Con dulce voz me respondió de esta manera:

“¿Qué estoy buscando?
La música que deleita
Que me eleva al cielo
Aunque tenga nubes
Gozo con la música
Que me brinda el viento en las hojas,
Que mece las aguas,
Que riega y fertiliza la tierra
El agua que corre por los ríos
El agua que se va al océano
Para encontrar otros rumbos”

“¿Qué estoy buscando?
¿Amistad? La tengo y me gratifica
¿Amor? Vivo rodeada de ello
Entonces se van mis angustias
No me quedo sola
Porque tengo el deseo
De gozar de la vida.”

lunes, 16 de agosto de 2010

El Ruiseñor

El Ruiseñor
Una tarde de primavera paseaba con un amigo por los bosques de Viena el gran compositor Franz Lehar. De repente llegó a sus oídos el canto de un pájaro. "Un ruiseñor", se dijo el músico.
Le comentó a su acompañante que estaba deseoso de ubicar al pájaro que lo había conmovido con su canto. El bosque era muy grande y la búsqueda les llevó tanto tiempo que iban a abandonarla cuando en un recodo de una senda encontraron a una hermosa joven que, sentada sobre un tronco caído, alegraba al paisaje que la rodeaba con unos gorjeos tan puros y dulces que parecían imposibles de salir de garganta humana alguna.
Esa joven se llamaba Militza Korjuz. El compositor y su amigo prestamente la comprometieron para cantar en el Gran Teatro Real de Viena.
Así comenzó su carrera artística, la que duró muchos años. Emocionaba a todos aquellos que la escuchaban con deleite y admiración. Militza fue la cantante que tenía el agudo más alto que todas las cantantes de su época y aún las de hoy en día.
Se aseguraba que cuando hacía su famoso agudo se rompían los cristales que estaban cerca suyo.
Después de muchos años Militza se retiró de los escenarios. Cerró su casa en la ciudad de Viena y no se la vió más. Hace poco unos sobrinos nietos reclamaron la propiedad como herencia. Su reclamo fue aceptado. Cuando se abrieron las puertas de su casa, tantos años cerradas, se encontró todo el mobiliario y demás enseres en su sitio, como si la moradora se hubiera retirado de la morada el día anterior. Lo que llamó la atención fue la jaula dorada que pendía de un soporte a un costado del piano donde la cantante ensayaba todos los días. Esta jaula tenía la puertita abierta de par en par y el pequeño columpio donde los pajaritos enjaulados se mueven acompasadamente de un lado a otro sin que muden de lugar, se estaba meciendo suavemente.
Este pequeño columpio nunca dejó de mecerse y la puerta de la jaula saltó de sus pequeños goznes cuando la quisieron cerrar.

TIMIDEZ

Maria Luján lo vio marcharse. Él no se dio vuelta y ella tuvo tiempo de pensar.
¡Cuánto lo amaba! Estaba segura que él sentía lo mismo por ella.
Seguía pensando… hacia tanto tiempo que se conocían.
Él le había regalado un libro. Luego le pidió que lo acompañara a un concierto.
Así fue pasando el tiempo. Él le ayudó a crecer con la lectura de buenos libros, la asistencia a conciertos y cuantos acontecimientos culturales se presentaban.
Siempre estaban juntos. María Luján esperaba de él un gesto, una declaración de su amor hacia ella. Pero era tan tímido…, eran tan tímidos los dos.
¡Cómo deseaba sentirse estrechada entre sus brazos, recibir una caricia de él!
Pero sus caracteres no los ayudaban.
Lo vio partir con mucha pena en sus ojos. Sus lágrimas se deslizaron por sus mejillas y él no lo supo. Nunca sabría que ella lloraba por él, por su timidez, por su cortedad de ánimo.
Lo que Maria Luján nunca sabría es que lloraba por ella también, por su incapacidad de llamarlo y decirle… “¡vuelve amor, vuelve, que te amo y te necesito!”