viernes, 25 de junio de 2010

Anécdotas de una Calle Corta de Mar del Plata

Son, sonar, sonante, sonido, sonoro

Dicen los otólogos que la etiología de la sordera es un factor importante en relación con la pérdida auditiva, la que puede estar asociada, entre otras cosas, con factores ambientales. Además dicen que en un tercio de las personas sordas, el origen de su sordera no ha podido ser diagnosticado. Bueno este es mi caso y no es mi caso. ¿Cómo explico esta paradoja dentro de lo paradojal de mi propia existencia? Muy fácil. La pérdida de capacidad auditiva se debe a factores ambientales, pero ningún profesional dedicado a la otología podría diagnosticar el origen de mi sordera de no conocer lo que madrugada tras madrugada vengo soportando desde hace varios años.

Desde que se inauguró la peña mis noches han sido algunas veces muy movidas y otras veces más tranquilas. Pero nunca tan ruidosas como las noches telúricas protagonizadas por un conjunto folclórico cuyos cuatro integrantes son tan entusiastas como voluntariosos. Sus actuaciones me emocionan y me ensordecen. Estos muchachos conforman un cuarteto de dos guitarristas, un violinista y un bombisto. Éste último debe ser el director del conjunto porque le da al bombo con alma y vida. Así, se desgranan
Chakai Manta,
La López Pereyra,
Los Sesenta Granaderos,
La Felipe Varela

Todas son hermosas y todas acompañadas por las guitarra, el violín y el
¡bom!... ¡bom!... ¡bom! ¡bom!.

Y dale al bombo, a la baguala, a la chacarera, y otra vez al bombo… Que no es un bombo cualquiera… ¡No! ¡Es un bombo legüero! ¿Ustedes saben lo que es un bombo legüero? Por si no, les voy a hablar de nuestro vernáculo instrumento de percusión. Se emplea para acompañar la música de nuestra zamba, nuestra chacarera, nuestro malambo. Si lo comparamos con otro tipo de tambores o bombos, el legüero es más liviano y pequeño que aquéllos. Pero su resonancia es penetrante y poderosa. Este pequeño monstruo forrado en cuero curtido lleva en su nombre implícita su característica sonoridad. Se llama Bombo y se apellida Legüero porque cuando se ejecuta a campo abierto puede ser escuchado a varias leguas a la redonda.
¡A varias leguas, acabo de aclarar! Y ahora agrego un dato más, así como a la pasada. Una legua es una unidad antigua de longitud que equivale a cuarenta cuadras de 150 varas cada una. ¿Calculamos juntos? Si una vara mide aproximadamente 0,866 metros cada cuadra mide 129 metros, los que multiplicados por cuarenta llegan a sumar 5,196 metros. Por esto, antes de terminar mi elucidación didáctica quiero recordarles que yo soy una calle completa en sólo una cuadra de extensión. Longitudinalmente mido 86 metros con 50 centímetros mientras que la distancia entre las líneas de frente de mis ambas veredas es la normal a cualquier calle del ejido marplatense – excepto las avenidas, se entiende. Esta aclaración es muy importante para que ustedes entren en situación y comprenda mi condición de autista ótica.

¡Ay! Ya empiezan esta noche. Le están dando con todo a una hermosa chacarera. Chakay Manta. Bella y estruendosa chacarera. Mi otalgia se agudiza a medida que avanzan la música y el canto:
¡Bom!…¡bom!… ¡bom!…
Muy adentro del corazón
donde palpita la vida
¡Bom!…¡bom!… ¡bom!…
siento como un comezón
hay ser mi prenda querida….

Ante tanto barullo me da por desvariar. En este momento estoy creo estar diciendo cosas que a lo mejor son sensatas pero si así no lo fuesen no me siento responsable. Mis disquisiciones son consecuencia de mi trastorno auditivo
“Son, sonar, sonante, sonido, sonoro… sonoro, sonido, sonante, sonar, son… Los niños se duermen al son del canto de su madre… el son se oye con placer… el sonar es un ruido… el ruido causa miedo…el miedo no es placentero… el bombo suena, suena, suena. Concluyo que el bombo legüero es un gnomo sonante pero no sonoro que se empeña, bajo las órdenes de quien lo interpreta, a herir mi oído y asustarme.
¿Será el bombisto compinche del Lobizón? Puede que sí. Pero el Lobizón sólo aparece los martes ó viernes en noches de luna llena, mientras que este elfo de tierra adentro está todas las noches con luna, sin luna, con estrellas o sin ellas.
“Son, sonar, sonante, sonido, sonoro… sonoro, sonido, sonante, sonar, son…


Pelota de cuero, pelota de trapo

Me halaga que yo, pobre diagonal suburbana, haya sido elegida por un grupo de purretes como lugar preferido para reunirse a jugar. Estos pibes, sin saberlo, satisfacen mi vanidad. Confieso que tengo un afán desmedido por ser reconocida. Y es lógico. No es que quiera justificar el confesar mi falta de humildad ante mis lectores pero ustedes no negarán que es una reacción indiscutible ya que yo nací a la vida por accidente, mejor dicho, nací por un fallo judicial que dio la razón a los Hermanos Vaira en contra de la Municipalidad Marplatense; además no tengo nombre definido y mi destino parece condenarme a ser el eterno patio trasero de las dos calles importantes que hacen esquina conmigo.

Estos pibes, que no deben tener más de 10 ó 12 años, vienen a diario. La mayoría de ellos son chicos pertenecientes a familias de clase obrera. No sé si alguno de ellos fantasea con la idea de ser un gran jugador. Todos los días ellos y sus amigos juegan con una pelota de trapo, Los muchachitos con su juego han traído a muchos curiosos que disfrutan de estos picaditos imberbes. Como desde siempre yo suelo escuchar y aprender de los que saben, me entero que los impúberes juegan al fútbol. Además se comenta que me eligieron para armar su canchita porque el zanjón que me separa de la nada hacia el sureste, es el límite ideal para evitar ser desalojados del lugar. Y como colofón a tantas explicaciones el aplauso para los pibes que me enorgullece porque la verdad es que les he tomado mucho cariño. Dicen los hombres sabios que estos mocosos tienen un potencial individual y colectivo que ya quisieran poseer los mayores de veinte años.

Mientras en distintos barrios de Mar del Plata se están creando instituciones sociales y deportivas donde el fútbol es tan importante, o más aún, que algún que otro deporte o actividad social. Es que la pasión balompédica se extiende como una pandemia y se fundan clubes en toda la ciudad.




Una idea descabellada

Yo sigo siendo el potrero que sirve de canchita. Por las conversaciones que escucho de los espectadores que observan los partiditos de entrecasa que se llevan a cabo sobre mi terrosa superficie, me entero que muy cerca están los clubes Nación y Mitre. Éste último que es el que domina el mundo futbolístico de la ciudad, cuenta con una sede móvil, ya que sus autoridades se reúnen a veces en el despacho de bebidas de la familia Aprea - sobre la calle Moreno al 3300 - y a veces en lo de un vecino – Salafranca - a cuadra y media de mi esquina con la calle Bolívar. El fútbol ha crecido tanto que los acontecimientos ligados a este deporte hacen difícil determinar el orden y las fechas de los sucesos inherentes al mismo. El 26 de julio de 1913 se funda la Liga Marplatense de Fútbol, que es una de las tantas ligas regionales de fútbol de la Provincia de Buenos Aires. En el año 1921, mes de abril, día 29 – para ser más precisa – se fusiona esta la Liga con la Federación Marplatense de Fútbol. De esta unión nace la Asociación Marplatense de Fútbol cuyo primer presidente es un conceptuoso vecino de la ciudad.
En 1924 la municipalidad autoriza que en el predio de la diagonal Álvarez se levante la Casa del Deporte. Como siempre los emprendimientos municipales cuentan con la aprobación de los munícipes pero no con los fondos necesarios para comenzar las obras autorizadas. Comenzar algo, particularmente cuando implica dificultad, peligro, improvisación y falta de fondos es, sin lugar a dudas, una inconsciente idea municipal.
Ya hace un año que la ordenanza de la construcción de la Casa del Deporte, resultado de una irreflexiva aprobación sin haberse evaluado su trascendencia, está a medio cumplir. No hay fondos para la consecución de la misma. Pero ya se sabe que la suerte del inconsciente no la tiene el reflexivo. Y una vez más razón tiene el refrán. Estamos en el mes de agosto del año 1925. Después de surcar el alto mar, el mar profundo, el mar revuelto, el mar proceloso, llega al mar de Mar del Plata el barco inglés “Repulse”
Este bajel británico es famoso por la actuación que ha tenido en la Primera Guerra Mundial. Pero su comportamiento heroico no terminó con el tratado de Versalles. Aún le espera una última acción valerosa, extraordinaria, digna de admiración que los capitostes de la Liga Marplatense de Fútbol han de encomendarle. No más amarrar el “Repulse” en nuestro puerto las autoridades de la Liga deciden organizar partidos con los marineros británicos, con la idea de conseguir importantes recaudaciones para poder con ese dinero terminar la Casa del Deporte, cuyo frente se abrirá sobre mi vereda par. ¡Al fin seré puerta de entrada!
Creo que esta es una idea brillantemente descabellada porque el “Repulse” cuenta con 1500 tripulantes, de éstos unos pocos juegan al fútbol. El equipo formado por estos hombres tiene en su haber deportivo el ser campeones de fútbol de la armada inglesa.
En el año 1925 Mar del Plata tiene aproximadamente 30.000 habitantes. Muchos de esos 30.000 conciudadanos son amantes del fútbol, así que este es acontecimiento que será inolvidable para ellos y para mi también ya que, si todo sale bien, se construirá el edificio y a lo mejor hasta embaldosaran mi vereda que corresponde al frente de la Casa del Deporte.
Como siempre sucede, cualquier acontecimiento contrario a la razón o a la prudencia en el que me veo involucrada termina siendo exitoso. Y esta aventura financiera disfrazada de amistosos encuentros futbolísticos, tiene un resultado feliz. Hemos jugado 6 partidos durante los 35 días que el “Repulse” ha estado en nuestro puerto. Mar del Plata (sus jugadores) ha ganado 4 partidos, empatado 1 con tiempo de alargue y perdido 1.

Último Aviso
Una de las tantas características que me hace especial es que soy una arteria calva. En efecto, Mar del Plata es una ciudad que se caracteriza por sus calles arboladas. Casi todas lucen árboles plantados cada tantos metros pero sin obedecer una distancia pareja entre ellos. Los más comunes son los perfumados tilos y los robustos plátanos. Reconozco que a veces siento envidia cuando comparo mi alopecia con las melenas de verdes hojarascas que lucen mis afortunadas colegas cuando la excesiva frondosidad de sus árboles está en pleno. En el momento en que el sol del estío es total y el calor comienza a molestar, sus hojas interceptan la luz solar y humidifican el ambiente. Mis estivales transeúntes comentan que apenas dan vuelta la esquina que comparto con la calle Bolívar ésta les ofrece un oasis de frescura. Pero afortunadamente el ritmo inalterable del paso del tiempo trae consigo el paso inmutable del cambio de las estaciones climáticas. Así cuando llega el otoño, se desvanece mi negativo sentimiento hacia las calles marplatenses que imagino lucen bellas con una belleza generada por los árboles que las adornan. Es que el otoño abate las hojas que caen de las ramas antes frondosas y ahora alfombran las veredas generando el disgusto de las amas de casa que deben barrerlas, amontonarlas y deshacerse de ellas antes que algún viento travieso comience a soplar, las arremoline y las matronas tengan otra vez que sacar las escobas. La diferencia es a mi favor ya que yo mantengo mis dos veredas libres de marchito follaje.
Hoy, 25 de junio de 1979 amanecí perfecta. Estaba todo tranquilo hasta ahora que son las 10 de la mañana. Juancito y Juancita –los dueños de la peña La Cortada – y el matrimonio que vive al lado de la misma están conversando muy animadamente. Cada pareja, tiene sendas Cédulas de Notificación cuyo contenido parece no ser totalmente de su agrado. Es que el encabezamiento de esas notas es la consabida e inquietante consigna de cualquier demanda oficial: Último Aviso. Sigo escuchando y me entero que el municipio tiene la gentileza de avisar que en diez días a partir de la fecha de recepción del “último aviso” se ha fijado el día de vencimiento para cumplimentar esta Ordenanza Municipal sancionada por el Consejo Deliberante, como siempre entre gallos y media noche, para reforestar las calles marplatenses. Potencio mi capacidad auditiva y me entero que similares notificaciones fueron enviadas, no sólo a los propietarios frentistas de la diagonal Antonio Álvarez (que soy yo), sino a todos los dueños de inmuebles de la ciudad de Mar del Plata. Además en el artículo segundo se determina que el incumplimiento a lo intimidado dará sin más trámite aplicación a multas que van desde pesos CIEN MIL ($ 100.000) hasta pesos DIEZ MILLONES ($ 10.000.000)………
Los integrantes de ambos matrimonios son ciudadanos de probada conciencia cívica y excelente vecinos. Doy fe de mis conceptos. Entonces ¿a qué se debe su fastidio – que ya es compartido por los pocos propietarios cuyas viviendas tienen puerta de entrada sobre alguna de mis dos veredas - ante el “último aviso municipal”? No es porque consideren extemporánea la ordenanza de plantar árboles o reponer los que faltan en las calles marplatenses sino por el escaso tiempo que ha fijado el municipio para cumplimentar lo ordenado y por el monto de las multas a aplicar.

Pensándolo bien 10 días no es un plazo fijado con suficiente anticipación para que no sea necesario apresurarse para ir a un vivero, elegir un arbolito, contratar a un albañil para que levante las lajas que tapizan mis veredas, plantar el palito vegetal, prolijar el terminado del cantero que será la cuna de ese ser orgánico que crecerá, vivirá y se llenará de brotes y hojas para luego deshojarse y nunca mudarse por propia voluntad.

Aclaro lo de “poco tiempo”. Ninguno de mis buenos convecinos ha demostrado, desde el tiempo de mi nacimiento hasta la fecha, una férrea voluntad en ser inversionista municipal. Todo lo contrario. Pero todos siempre han cumplido con su deber ciudadano. Y así será en esta ocasión. Sucede que hay que buscar precio en los distintos viveros ya que, a pesar de existir un vivero Municipal, en la ordenanza no figura el suministro gratuito de los verdes retoños.

Lo que está claro en la disposición dictada por la autoridad competente que reglamenta la vida de nuestra ciudad, es que todos los gastos corren por cuenta de los vecinos. Pero la Municipalidad, que como de costumbre vela por la seguridad, tranquilidad y bienestar de éstos, ha adosado a la fatídica papeleta una serie de ítems que en vez de aclarar oscurecen los conceptos básicos de la Cédula de Notificación:

a) Altura del árbol: superior a 1,80 ms. Altura del tutor: no menos de 1,50 ms. de la línea de acera.
b) Distancia entre planta y planta: 5 ms. a razón de 2 ejemplares por frente de 10 ms.
c) 0,40 ms. Del cordón al comienzo del espacio libre para colocar el árbol; se entiende que esa medida es a partir de la parte interna del cordón hacia la línea de edificación.
d) De existir frente a su propiedad árboles secos o mutilados, éstos últimos de difícil crecimiento, deberá gestionar la autorización para su retiro ante el Dpto. de Paseos Públicos (Rioja e/San Martín y Luro) y colocar por su cuenta otro/a en su reemplazo.

Siguen dos apartados finales que no hacen mella en el mellado espíritu de mis buenos convecinos. Por supuesto que éstos nunca olvidarán el nombre del Doctor Mario Roberto Russak - Intendente del Partido de General Pueyrredon – ni tampoco el nombre del Señor Juan Angel Savina – a la sazón Jefe del Departamento de Inspecciones Varias de la Intendencia del Partido de General Pueyrredon.

Operativo Reforestación


Ya ha pasado casi una quincena desde que empezó el “operativo reforestación” sobre la Diagonal Antonio Álvarez. Mis ambas veredas siguen tan áridas como siempre. No se si es un desorden emocional congénito pero no puedo evitar que cualquier acontecimiento inesperado que suceda en mi entorno produzca en mi mente un torrente de pensamientos desconectados y muchas veces infundados. La única explicación que encuentro a este comportamiento es que es muy difícil contener en una superficie tan pequeña como la mía un universo de convecinos tan especiales como son los que se domicilian en la marplatense Diagonal Antonio Álvarez. Esta neurosis se ha exacerbado en mi cuando, accidentalmente, me entero el nombre de las distintas posibles especies de los arbolitos a comprar para adornarme. Son tantas y de tan difíciles apelativos que no dudo que sus precios deben ser elevados. En el paroxismo de mi preocupación llego a imaginar un aquelarre arborescente en mi futuro. Es como si ya viera mis veredas luciendo cada tantos metros un árbol de cada especie: altos, bajos, robustos, endebles, algunos de hojas perennes, otros con follaje perecedero. Eso sí, todos con raíces varicosas que en no mucho tiempo reventaran las lajas que recubren la tierra apisonada de mis veredas.
A propósito de esto, la única vereda que tiene baldosas en la que corresponde al edificio Aconcagua que está en la esquina que me une con la calle Bolívar al 3200. Lo menciono con orgullo pues éste ha sido el primer edificio de varios pisos – en propiedad horizontal – que se construyó en el barrio hace ya muchos años.

Volviendo a mis oscuras premoniciones, éstas se vuelven más negras cuando veo que algún vecino, deseoso de ahorrarse un dinerillo, decide él mismo ser albañil y jardinero. Por arte de birlibirloque en poco más de dos semanas se ha generado en mi entorno un escenario de debilidad botánica que sobrecoge. Desde el suelo, a determinada distancia, se levantan enclenques palitos con alguna que otra ramita y una o dos hojitas que se mueven como polillas a la más suave brisa. Se ha cumplido la ordenanza – por lo menos en lo que a mi territorio respecta. Todo en paz.

¿Todo en paz? Nunca, jamás todo estará en paz. ¿Vieron como mis inquietudes nunca son infundadas? Hoy es 15 de agosto. Según el santoral es el día de la Asunción de la Virgen… … … Pero en el calendario seglar hoy es el día posterior al que uno de los dos arbolitos, plantado muy cuidadosamente por Juancito con sus propias manos y regado con maternal cariño por Juancita, ha sido robado. Gran alboroto, la indignación del perjudicado no tiene límites. Tal es así que Juancito, vulnerado en su propiedad y en su dignidad, se dirige a la seccional del barrio para denunciar el robo. Es atendido. Su denuncia tiene curso gracias a su parentesco con un muy importante líder sindical.
Es que este buen vecino necesita deslindar responsabilidades y dejar constancia, con papel sellado por medio, de su cumplimiento a la Ordenanza Municipal .y de su denuncia ante la autoridad competente. Se instruye un sumario con intervención del Juez en lo Penal en turno y se moviliza la fuerza investigativa. Ésta llega a determinar que el arbolito fue sustraído por delincuentes desconocidos. Ante el hecho consumado, lo único que puede hacer la autoridad policial es aconsejar al vecino damnificado que plante otro retoño y trate de protegerlo atándolo a una estaca y rodeando a ésta con varias vueltas de alambre de púa.

Demás está decir que todos los vecinos deciden seguir el ejemplo de Juancito. Están encerrando sus endebles arbolitos dentro de fortalezas hechas con alambres pinchudos y palos a fin de prevenir la tentación delictiva de algún descarriado.
Ahora el escenario que embellece mis veredas parece más un conjunto de bichos canastos verticales que una ubérrima calle arbolada.

¿Qué es la Pintura?

¿Por qué me hago esta pregunta? Porque acaba de establecerse una fábrica de pintura. Ocupa el salón que dejó vacío el chapista que por tantos años trabajó en el barrio. Mi añoranza deja paso a mi curiosidad. Me asomo al interior de la fábrica recién instalada. Aún sin tener experiencia en la materia, me doy cuenta que es un emprendimiento problemático tomando en cuenta sus limitadas instalaciones y su escaso personal: el hijo del dueño de la fábrica, idóneo en el lavado casi diario del auto de su papá y un peón, rengo e inútil para todo menester Es que todo lo que sucede a mi alrededor es (o ha sido) hipotético. Rememoro el final de obra del edificio Aconcagua (en su momento hipotética propiedad horizontal); la hipotética parrilla La Cortada; la fábrica de tejidos que era un hipotético establecimiento textil ya que sólo contaba con una máquina de tejer familiar marca Knittax.
¡Ahora la fábrica de pintura! Así el móvil fletero que trae materia prima a la factoría de pintura no puede romper la tradición. Es un furgón reacondicionado que prestó servicio como transporte de tropas durante la segunda guerra mundial. La caja donde se acarrean los envíos es playa con sólo dos barras a ambos lados de la misma que sirven como contenedores de lo que se transporta. El señor que maneja el vehículo y dispone la manera de descargar la mercadería acarreada debe estar en su séptima década de vida. El producto transportado es un barril de 200 litros de capacidad que contiene una mezcla compuesta por dos elementos básicos: un agente colorante llamado pigmento (en este caso blanco amarillento) y un agente aglutinante (en este caso aceite de lino). Es decir pintura. El barril está mal estibado y mal tapado. Sin prestar atención a este detalle el dueño de la fábrica, su hijo y el fletero empiezan con la tarea logística de bajar el barril. El más joven, el hijo del dueño, pone manos a la obra trepando raudamente sobre la caja del camión. Desde arriba comienza a tratar de mover el pesado barril. Después de ingentes esfuerzos consigue hacerlo girar sobre su base, como si ese tonel de metal fuese una grácil joven danzando con él un romántico vals “straussiano”. Pero impensadamente ambos danzarines pierden el compás, el barril se desliza de costado y se precipita al vacío en una limpia pirueta falsamente escuadrada, no sin antes perder su tapa superior. Quienes estaban en la calle esperando ayudar en el desembarco de la barrica, no atinan a nada. El fabricante de pintura está parado sobre la parte media de mi superficie asfaltada, con sus manos detrás de su espalda mirando atentamente las idas y vueltas de su hijo. El anciano fletero está a su lado dando instrucciones que no son escuchadas por nadie. En un periquete, el fletero y el dueño de la fábrica quedan inmersos hasta los bajos de sus pantalones en este mar de pintura, bajo el cual estoy yo sin posibilidades de emerger. Espero que alguien tome una escoba o un trapo de piso y me rescate de esta situación.
El tránsito comienza a complicarse, los vecinos salen a mirar, el fabricante de pintura lamenta su pérdida económica, el fletero no sabe como sacar su ex-bélico cacharro, la marea sube, sube y yo… … … escucho con horror que están ordenando al peón rengo - inútil para cualquier menester que no sea fumar, tomar mate y decir palabrotas - que trabaja como sereno en la fábrica, que vaya a buscar una pala y unos tarros vacíos para levantar a palazos la pintura derramada.
Nunca pensé que mis últimas palabras fuesen “Glu… Glu… Gluu…”
Ave Nocturna


Don Arturo es el dueño de una “cuasi improvisada” fábrica de pintura sita en la Diagonal Antonio Álvarez 3380... Califico de “cuasi improvisada” a esta fábrica porque sus instalaciones son casi inexistentes. Una máquina mezcladora y varios tarros vacíos de 20 litros de capacidad cada uno. La materia prima viene de la capital y la fuerza laboral es cubierta por sólo dos personas, el hijo de don Arturo y un rengo de edad indefinida que sirve para toda tarea que no implique esfuerzo personal, un poco por su impedimento físico y otro poco por su desapego al trabajo.
Tipo raro este rengo. Respondón ante cualquier observación. Maligno en su mirar y ladino en su actuar. Sus ambas extremidades (brazo y pierna) izquierdas están rígidas por un problema congénito. Por ser una discapacidad nacida con él, no adquirida posteriormente, es habilidoso en movilizarse con ó sin bastón, aunque este adminículo siempre lo acompaña en sus desplazamientos.
Desde el día que llegó a mis dominios, usa todas las artimañas y fingimientos que tiene bien estudiados para conseguir lo que quiere: cigarrillos, que a su pedido le dan los hombres que pasan cerca de él; ropa usada, que alguna compasiva matrona le acerca de vez en cuando; algún que otro churro, que el vendedor de los mismos generosamente le suministra en su habitual recorrida por mis dos aceras.
Durante el día está sentado sobre una silla destartalada. Fuma y toma mate, toma mate y fuma. Los vecinos se han acostumbrado a este comportamiento diurno. Lo que no saben estos mismos vecinos es lo que pasa casi todas las noches en el interior del depósito de la “cuasi fábrica” de pintura. Tampoco lo sabe su dueño. Es imposible pensar que el impedido tenga una conducta indeseable. Sin embargo la tiene y la ejercita casi siempre al cerrarse el crepúsculo vespertino. Pero esta noche los acontecimientos rebasan los límites. Al cojo le resulta imposible parar a sus visitantes masculinos. Es que están todos muy alterados. La presencia de una mujer, la única entre tantos varones, parece, a pesar de ser realmente fea, elevar la valoración de su femenina compañía. Es fea de toda fealdad. Es flaca, muy flaca. Es desgarbada, torpe en sus movimientos, ridícula en su atuendo. Luce un vestido de color blanco con su parte superior sostenida por unos breteles muy finitos que acentúan aún más su tísica figura. Varios collares de cuentas de muchos colores adornan su cuello, similar al de una gallina pelada. Su policroma cara no permite ver claramente sus rasgos. Luce una enrulada peluca rubia que sujeta con horquillas en las que ha adosado flores artificiales a guisa de florida diadema. Lamentablemente semejante cantero floral no puede disimular su fealdad. Esta mujer es feota y descarnada. La algarabía general la enloquece y sin pensar se zambulle en medio de la batahola imparable. Es un molinete descontrolado. Sus amigotes no la pueden detener: la toman del vestido blanco que se rasga por la debilidad de la tela, la agarran de la peluca rubia con que cubre su canosa rala cabellera pero logra zafar. El tejido de pelo no se desprende quizá por estar bien agarrado. Lo que vuelan son las flores, desgajadas en pétalos que planean por acá y por allá. Le cruzan las piernas que mueve bastante torpemente con idea de derribarla, pero es inútil. Por último le tiran trompadas y patadas que se pierden en el aire. En una de tantas fintas anónimas, alguien consigue tomarla por la cintura y contenerla. Esta ave nocturna, con el vestido roto y la melena postiza despeinada, respira profundo, desorbita sus ojos y toma el bastón que descansa sobre una mesita, la única pieza del destartalado mobiliario que se mantiene vertical en ese aquelarre de objetos desparramados a tontas y locas por el suelo del lugar. Descontrolada, amenaza con darle de palos a la cabeza de cada uno de sus compañeros de francachela. A esta altura la algarabía ya es algarada. Es que todo se ha convertido en una confusión descomunal. El fandango llega a oídos de la autoridad que llega al sitio de inmediato en la persona de dos agentes. Los representantes del orden quieren parar el batuque pero solo consiguen acrecentarlo. Uno de ellos llama a la seccional pidiendo algún refuerzo. Cuando la colaboración llega, los beligerantes ya han disminuido la violencia de su enojo por estar cansados, golpeados y algo intoxicados por los vapores etílicos.
Al final el grupo termina en la comisaría. Medio vestidos, bastante maltrechos, algo beodos, todos avergonzados menos la pelandusca, que desgreñada, sucia y casi andrajosa, antes de subir al camioncito celular se acomoda su descalabrada peluca rubia después de cubrir sus escuálidos omóplatos con una campera que le acerca un policía para cubrir su macilento físico. Lo único fuera de lugar en su atuendo son los gastados mocasines (uno ortopédico – el izquierdo) que cubren sus pies.
El primer partido del primer torneo de fútbol de verano
Desde el año 1927 la Liga Marplatense de Fútbol tiene la puerta de adelante de su sede sobre la Avenida Colón 3245. La parte posterior fue, en un principio, un humilde portón - que daba paso a los fondos del edificio principal – sobre mi acera par. Cuando el portón estaba abierto se podía ver un patio de piso de tierra y una edificación con todas las trazas de ser una vivienda familiar. En esa edificación vivía la familia Acchiarini, cuyo patriarca era el Secretario Rentado de la Liga Marplatense de Fútbol. Buena gente, trabajadora, decente.
Pero este invierno se quitó el portón que ha sido reemplazado por una pared con dos ventanitas.Durante muchos meses me pregunté el por qué del cambio hasta que de oídas, por conversaciones de los viandantes, me acabo de enterar que se remodela el estadio de la ciudad para que se jueguen los torneos de fútbol de verano. Entonces las ventanitas deben ser las boleterías donde se han de vender las entradas.
No me equivoco. Esta madrugada estival no sólo me mantiene despierta el bombo legüero de la peña sino la presencia de un número cada vez más importante de personas que se ubican sobre mi vereda par haciendo cola a partir de las ventanitas, de las que ya les hablé, hacia la avenida Independencia. Son aficionados que vienen a comprar entradas para el primer partido del primer torneo de fútbol de verano en la ciudad de Mar del Plata. Ya es casi mediodía, el calor aprieta. Se nota la falta de experiencia de los boleteros. Los “hinchas” comienzan a irritarse debido a la lentitud en la venta de las entradas. La cola comienza a descompaginarse, algunos avispados tratan de ganar puestos no respetando el orden de llegada. Los que son desplazados pierden el control. Ellos llegaron primero, quieren conseguir una buena ubicación y terminar con la amansadora de tantas horas. Se produce un escándalo de proporciones que en pocos momentos deriva en una pelea callejera. Las peleas callejeras son un hecho común en cualquier parte del mundo. Por eso suceden hasta en mis dominios. Los unos se quieren imponer a los otros porque ambos desean conseguir algo muy deseado: las entradas al estadio.
Un grupo muy pequeño en número pero muy belicoso protagoniza una sesión de pugilato donde mezclan golpes de boxeo con tomas de lucha libre. Un grandote le grita a otro, no menos corpulento, que le saque el lugar a él, si es lo suficientemente macho, en vez de desplazar a un pobre alfeñique amigo suyo. Y ahí no más comienza una toma y daca de puñetazos. Algunos trompadas aterrizan en las cabezas, muchas en las mandíbulas y otras en las partes pudendas de los contrincantes. Sobre el ring en el que involuntariamente me he convertido se muestran todos los estilos y todas las “técnicas” del deporte de los puños. Así hay boxeadores fajadores, técnicos, golpeadores, defensivos, contraofensivos etc. Pero también hay uno – el boxeador cobarde - que no responde a los golpes y que retrocede, retrocede, retrocede tanto que acaba por meterse, de espaldas, por una pequeña puerta que está semiabierta. Esta abertura corresponde al depósito de la fábrica de pintura lindante medianera por medio con la propiedad de la Liga.
De repente mi interés se centra sobre éste púgil que prudentemente decidió tirar la toalla antes de ser masacrado por los gladiadores que luchan con sus puños por luchar no más, ya que nadie se acuerda ni de las entradas ni del partido de fútbol. ¿Por qué cambió el punto de mi atención? Porque el boxeador asustadizo así como entró de envés sale de pecho, despavorido, como un buscapié de fuego de artificio perseguido por un perro grande, muy grande, fornido, de cabeza redonda, orejas pequeñas, dientes fuertes y cuello corto.
La fábrica tiene como cuidador y sereno a un rengo de desagradable aspecto y raras costumbres. Uno de sus hábitos es, durante los meses de verano, dormir a la hora que sea, con la puerta abierta. Se entiende esta costumbre porque el galpón es muy caluroso y el cojo no tiene de que preocuparse pues Titán, que así se llama el perrazo, siempre lo acompaña y no deja entrar a nadie
Hasta acá no hay nada raro en la situación que les relato. Lo que si puede ser inverosímil para quien lea este relato es lo que estoy viendo y paso a contar: el rengo, despertado imprevistamente de su siesta estival, aturdido por los vahos alcohólicos del vino con el que acompañó su almuerzo, descoordinado por los ladridos del perro, corre como puede con su pierna dañada detrás del mastín de imponente alzada y babeantes fauces abiertas. El baldado cubre su torso con una camiseta más bien roñosa y sus partes vergonzosas con unos pantalones holgados sostenidos con un cordel a modo de cinto. Pero entre el desbarajuste armado por los energúmenos ensangrentados y furiosos, que revolean trompadas y todo objeto que caen en sus manos y los ladridos del descendiente directo del cancerbero, que parecen amplificarse a medida que aumenta su veloz persecución, el impedido no se da cuenta que el nudo de su improvisado cinto se abre y su pantalón desciende hasta sus tobillos, lo que lo hace caer al suelo.
Milagrosamente, con movimientos filmados en cámara lenta, de repente se detiene el improvisado festival de boxeo. Parece como que de algún lugar alguien hubiese hecho sonar la campana. Pero no, ninguna campana ha sonado. Lo que sucede es que en el suelo, panza abajo con sus escuálidas nalgas al aire libre, está el impedido. Quizá esto no es lo más grave. Lo más grave es que el rengo se levanta como puede y así como la exhibición de las dos porciones situadas a continuación de su esquelética espalda ha sido accidental, no es accidental que una vez de pie este tullido comience a reírse de la situación mientras cruza sus brazos sobre su descarnado pecho… … … sin preocuparse por levantarse los pantalones.

Inconclusión
Concluir significa dejar una cosa totalmente cerrada. Se concluye aquello que admite la idea de ser cerrado. Pero yo aún tengo mucha cuerda en el reloj de mis recuerdos. Todavía conservo muy lúcida mi mente embaldosada y pavimentada. Mi capacidad de traer al presente una persona, cosa o situación del pasado está intacta. Siento que es una necesidad y un deber darle a la nuevas generaciones de marplatenses el regalo de las anécdotas de tantos vecinos que, ya viviendo en mis dominios o transitado por mis veredas, has escrito una parte chiquita pero válida e irremplazable en la historia cotidiana de nuestra querida ciudad de Mar del Plata. Regalo para ellos y para mí también. ¿Por qué? Pues porque el obsequio que doy es para que quien lo quiera recibir recuerde siempre a quien se lo hace.
Esta inconclusión es un pequeño recreo que le doy a mi memoria en mi tarea de impedir que tantas situaciones vecinales caigan en el olvido. No he de “echar la llave” al arcón de mi vivencias. En poco tiempo, prometo, volveré con más anécdotas porque……… “Todo me sucede a mí. A mí, que de todas las calles de Mar del Plata no soy ni la más larga, ni la más ancha y no figuro en el catastro municipal como calle porque soy una diagonal.”

lunes, 7 de junio de 2010

Anécdotas de una Calle Corta de Mar del Plata

Fábrica de Jersey La Cortada

Hoy ha amanecido gris. Como de costumbre no he podido pegar un ojo en toda la noche. Menos mal que hay una serie de gatos atorrantes que me entretienen con sus correrías por los techos de las casas de mi cuadra. Hace frío y hay una fuerte brisa que disminuye aún más la baja sensación térmica. Me siento tan vulnerable que hasta creo estar alucinando porque veo que se está levantando la cortina metálica que impide entrar al local de la parrilla que fue. Alguna persona debe haber entrado. Confieso no haber visto a nadie abrir desde afuera el candado que traba la cerradura de la pequeña puerta metálica inserta en la cortina y menos ingresar al local. Aunque no es nada raro ya que mi percepción está algo menguada y a veces me resulta imposible fijar mi atención.

Bueno, las cosas ya están acomodándose en mi mente. Acaba de llegar un camioncito fletero, muy común en la ciudad. El fletero, después de constatar la dirección de su entrega, baja de la caja del camión, con la ayuda de un muchacho, dos máquinas de tejer y otras dos más pequeñas, cuya función me es desconocida, todas evidentemente de segunda mano. También bajan dos bolsones de lana y un canasto pequeño de mimbre donde hay una parva de cosas amontonadas.
¿Quién sale a recibir la entrega? ……Una señora de edad mediana a la que no tengo el gusto de haber visto antes. Tras ella sale nuestro conocido dueño de la ex parrilla La Cortada. No me asombro pues me he enterado de oídas que la justicia tomó cartas en el asunto y después de intercambios de términos jurídicos y testimonios entre fiscal y abogados defensores, se dispuso que todas las personas detenidas quedasen en libertad bajo fianza y ciertas condiciones. Por el trato entre ambos me doy cuenta de que son marido y mujer. Mientras entran los cachivaches traídos conversan entre ellos. Y así me entero que van a comenzar a armar un taller de tejidos, cuya jefa ha de ser la señora y el guapo de otrora un simple ayudante de ella.
Por varios días no ha habido importante movimiento en el local. Donde ha habido ajetreo fue entre los vecinos. La parábola del bien portarse de los vecinos ha triunfado sobre la tentación del maligno recién llegado. Sobre nuestra manzana triangular se ha depositado una nube de bonanza que desparrama sobre todos nosotros – yo entre todos – una serena sensación de bienestar.
Esa sensación alimenta en mí un sentimiento de tranquilidad. Esta tranquilidad ayuda a combatir mi falta de sueño. Esto confirma mi tesis que mi insomnio no es una enfermedad en si sino es un síntoma de mi desorden psíquico provocado por todos los tejes y manejes sucedidos a mi alrededor desde la aparición de la famosa parrilla que fue y ya no es.
Bueno pero volvamos al flamante taller textil que ya está funcionando. Afortunadamente tanto la puerta de entrada como la vidriera están despejadas de las oscuras cortinas metálicas y puedo enterarme de todo lo que sucede en el interior del local. Ayer espiaba el salón de timba camuflado de parrilla al carbón; hoy curioseo la flamante fábrica de punto camuflada de industria textil.

Paso a contarles lo que estoy viendo. Pero antes he de confesarles que desde hace un tiempo me autoanalizo para ver si puedo entender porque “justo a mí me tocó ser yo”. ¿Se entiende? Trataré de explicar: como les dije mi nacimiento fue accidentado, casi desaparezco del ejido marplatense antes de tener identidad propia y hoy mismo, ya con nombre y apellido, soy muy poco conocida por los habitantes de esta bendita ciudad. De todos los caminos que emprendí para llegar a una respuesta, me he identificado totalmente con el principio que justifica mi existencia como consecuencia de la trasmigración. Vaya una a saber de que sitio ignoto provino el alma que llegó hasta mí para dar principio a mi vida y capacitarme para conocer, sentir y maravillarme. Lo que no me dio es la posibilidad de limitar mi capacidad de asombro. Voy de impresión en impresión ante las cosas que inesperadas que se suceden sin solución de continuidad en mi pequeño universo callejero. A lo mejor esto es muy positivo para mí, ya que aunque pequeña, soy parte de una ciudad que día a día crece y con el tiempo – segura estoy - yo seré muy importante en el devenir citadino.

A través del vidrio – algo sucio – veo todo el mobiliario de lo que fue La Cortada. Hay sillas, mesas y algún que otro banco- todos apiñados contra el mostrador; éste, a su vez, soporta sobre su descascarada tapa las copas, vasos, pocillos para café, sifones, botellas llenas, medio llenas y hasta vacías que quedaron abandonadas a su suerte desde el infortunado día donde todo el movimiento “comercial” de la seudo parrilla se descalabró. Una espesa capa de polvo cubre todo esa colección de trastos que ocupan lugar y no me doy idea del por que se conservan. En fin, cada uno sabe lo que hace con sus cosas. Pero esto no es lo interesante. Lo sorprendente es la escena que se desarrolla ante mis asombrados ojos. Las cuatro máquinas que trajeron están acomodadas; dos mesitas auxiliares a ambos costados de las mismas, sirven como apoyo a madejas de lana y algún material ya tejido. Hay una silla y un banco acomodados enfrente de una de las máquinas de tejer. La consorte del otrora guapo está sentada en la silla explicándole a su cónyuge como preparar la urdimbre a partir de los puntos de orillo que ella había previamente armado en las agujas de la máquina.
El hombre, después de asentir con la cabeza, se acomoda en el banquito y emprende la tarea que le ha sido encomendada. ¡Nunca me hubiera imaginado que algún día vería lo que estoy viendo! Aquél valiente empresario gastronómico hoy es un manso operario textil bien sumiso y conforme con su nueva actividad laboral.

La mujer comienza a levantar los dichosos puntos de orillo. Él pregunta porque hay dos grupos de puntos. Ella contesta que es un truco trabajar ambos grupos simultáneamente porque lo que él va a tejer son las mangas y trabajándolas juntas, éstas salen iguales. El rey de la timba se bajó del trono para ser un simple paje de la lana. Comienza a elaborar la trama mientras repite en alta voz sus movimientos: cuatro puntos al derecho, un punto al revés, cuatro al derecho, uno al revés, etc., etc. Ahora cuatro al revés, uno al derecho, cuatro al revés, uno al derecho, etc., etc. En un momento dado se acerca su mujer y le recuerda que no se apure pues ese punto que él trabaja se estira mucho, cosa que se tiene que tener en cuenta a la hora de tejerlo.

El progreso del artífice de la lana es notable. No obstante, la esposa- instructora sigue impartiendo enseñanza a este sorprendentemente esposo-buen alumno. Le explica como tiene que levantar los puntos que se le escapen y como hacer los ojales, ahora que está tejiendo las delanteras de las chaquetas. Voy a prestar atención a ver si aprendo algo. La mujer comienza la explicación que es atentamente seguida por su esposo y por mí. Así ambos nos instruimos en la técnica de hacer ojales en el tejido: al iniciar la vuelta del derecho donde se quiere hacer el ojal, se teje un punto al revés, se cierran los dos siguientes puntos y se teje el otro al revés. Luego se continúa el resto de la vuelta y en la siguiente vuelta del revés, al llegar a los puntos anteriormente cerrados, se montan dos puntos nuevos. A mí no me parece muy difícil; a él, no se.

Lo cierto es por un tiempo dejé de prestar atención a los vecinos tejedores, porque otras cosas suceden a mí alrededor aparte de la fábrica de jersey La Cortada. No piensen que esta factoría está habilitada con tan rimbombante nombre; es una travesura mía el haber creado tan pomposo apelativo comercial. Pero hoy vuelvo a los cónyuges urdidores porque están sacando las máquinas y demás enseres que hace cuatro meses fueran traídos por ellos mismos. Esta pareja nunca fue recibida – ni bien ni mal – por los vecinos estables de la manzana. Su ausencia no se ha de notar, de seguro. Cargan todo en el mismo camioncito de fletes que trajo el escaso mobiliario y parten hacia vaya una a saber dónde. Otra vez se bajan las cortinas metálicas. El matrimonio se va para nunca más volver. Otro episodio cerrado en mi vida.

Juancito y Juancita

¡”La… SOL… la… re… MI… la… SOL…”!
¡“DO… RE… DO… RE… DO… MI… la”!

¿Entono bien? ¿Modulo bien? ¿Afino bien? ¿Quien podrá contestarme si mi voz es silente, si nadie me puede oír? En fin, esta duda no va a detenerme en mi nueva aventura de vida. .Quiero cantar.
He descubierto que para mi el canto es una afición, un solaz. ¿Cuándo empezó en mí esta vocación? ¿Cómo se despertó mi ansia canora? Les voy a contar.
Muy poco tiempo estuvo cerrado el local que en su momento albergó una venta de motos, una parrilla, una tejeduría doméstica. Ahora es una peña folclórica: Peña La Cortada. Sus dueños son un matrimonio de edad mediana, muy simpático y muy distinto a los anteriores propietarios de la parrilla tejedora. En esta pareja el hombre es, como ya dije, de mediana edad. No muy alto, de atlética sólida contextura Sus maneras son muy agradables y es considerado en su trato con las personas. La mujer, obviamente su esposa, es algo más joven que él. Su cabello rubio, corto y prolijamente peinado, enmarca un rostro agradable que delata su ascendencia germana. Sencilla y agradable, en ella se revela una persona afable y laboriosa. Ambos me cayeron en gracia desde el mismo momento que pisaron mi vereda. Además sus nombres son muy simpáticos: Juancito, él; Juancita, ella.

A los pocos días de haber llegado al lugar, después de trabajar los dos al unísono para ordenar todo el revoltijo que había dejado el otro matrimonio, ponen en funcionamiento la Peña La Cortada. Un cartel, no luminoso, sobresale de la fachada del local con la propaganda del vino León – seguro que el costo del anuncio corre por cuenta del distribuidor de esa marca. ¿Comenzarán otra vez mis noches movidas? No lo sé porque en verdad no se que es, en realidad, una “peña”. Lo que si sé es que el horario de trabajo es nocturno porque Juancito acaba de poner un cartelito en la puerta de entrada anunciando que:

“Hoy abre sus puertas la Peña La Cortada.
Los esperamos a partir de las 9 de la noche hasta que las velas no ardan.
Empanadas, vino, guitarreada y amigos.
Esta noche la Casa corre con los gastos.
¡No Falten!”

Son las ocho de la noche y ya se encendieron las luces del local. Me siento más curiosa que excitada en esta noche inaugural. Lentamente se van acercando hombres y mujeres que por la forma en que son recibidos deben ser amigos de los anfitriones del lugar. La mayoría de los hombres portan guitarras. Lo que me intriga es un muchacho joven, que entra con un grupo muy ruidoso, portando un cilindro de madera, cerrado en ambos extremos, y dos palos como mazos. En fin, no voy a permitir que mi curiosidad me enrosque en esta noche de fiesta. Ya veré más adelante.

Lo que ahora veo son mesas y sillas distribuidas de tal manera que dejan un espacio semicircular, limitado por ese mostrador tan conocido por mi. Me doy cuenta que ese es el proscenio por donde desde esta noche en más han de desfilar guitarreros y algún que otro cantor. Esto me gusta. Ya no es más música envasada dentro de un tocadiscos, ahora es música en vivo. Y mientras comienzan a desgranar sus telúricas habilidades canoras, comienzan a aparecer sobre cada mesa - ahora sin hule a cuadritos - platos de gruesa loza blanca colmados de doradas, humeantes, tentadoras - no sólo por su aspecto sino también por su aroma – empanadas.

Cada plato contiene como mínimo 6 empanadas, grandes como alpargatas, que son repuestas sin prisa y sin pausa al desaparecer inmediatamente entre las fauces de los asistentes a la ceremonia de apertura. Estoy segura de mi cálculo sobre las unidades comestibles que desfilan ante mis ojos, pero no puedo tener la misma certeza para calcular la cantidad de vino que generosamente va repartiendo mesa por mesa el inefable Juancito.

En cuanto a las empanadas, obra exclusiva de Juancita, diré que las mismas reafirman la infalibilidad de mi intuición femenina. Desde que la conocí pensé que esta mujer era una excelente ama de casa. En verdad no se si es hacendosa en orden y aseo – es que tiene mucho que hacer pues para este matrimonio negocio y vivienda es una unidad funcional – pero que doy fe que es la mejor cocinera de empanadas que he conocido. A fuer de sincera debo confesar que ella es la única cocinera de empanadas que ha visitado – hasta ahora – mi pequeño mundo triangular. Mi amistad con Juancita – amistad de la cual ella nunca se ha de enterar, por obvias razones – se ha generado a través de mis papilas gustativas y mi epitelio olfativo. El efluvio que emana de sus empanadas, mezcla de cebolla de verdeo, queso muzarella más la ligera emanación algo untuosa de la grasa de pella con la que mi amiga empanadora las fríe, es un bálsamo para mi sentido del gusto. Es que ese aroma que llega hasta mí desde el fondo del local de la Peña es un festín en medio de mis noches románticas y folklóricas, noches de canto y guitarras.

Agapito

Alto y cenceño, de traje oscuro, camisa blanca - ésta siempre con su primer botón fuera del ojal – y sin corbata, este mozo es un correntino bien plantado. Cuando el entusiasmo del canto aumenta su temperatura corporal, se queda en mangas de camisa, las que arremanga simétricamente. Al hacer esto yo puedo ver la parte baja de sus brazos y su cuello tostados por el sol. ¿Será que este noctámbulo también vive de día? No sé, lo que si sé es que lleva en su porte el orgullo correntino. Su actitud me hace pensar que el ser correntino debe ser un plus al ser argentino. Es un bohemio nocherniego que llega a la peña todas las noches casi a la misma hora. Se sienta invariablemente a la misma mesa que parece reservada para él. A veces lo acompaña un muchacho joven. Son tan parecidos que es imposible no darse cuenta el lazo filial que los une. Ambos tocan la guitarra con una sencillez de artista de pueblo y una exquisitez de concertista de salón. Lo llaman Agapito. El apelativo es suficiente para sus amigos y admiradores. La gente no necesita saber el apellido de aquellos que cantan el sentir popular. Él es uno de ellos. El chamamé es su fuerte pero lo mismo la emprende con una chamarrita, un valseado o un tanguito montielero. Entre canto y canto demuestra su soltura como cuentista de hechos cotidianos con brochazos de ingenio popular, inocente y sabio

Esta noche, como todas, descansa sobre su mesa el infaltable atado de cigarrillos, la botella de vino tinto y la copa que siempre, milagrosamente, está medio llena del carmesí brebaje. Displicentemente comienza a rasgar las cuerdas de su guitarra y a cantar, con su voz algo pequeña y aguardentosa, todo lo que quiere decir. A su aire. Sentencian los eruditos que la voz del cantor es la voz del pueblo. Por eso Agapito canta al amor, al vino, a la esperanza, a la Guaina (11) que lo espera en los esteros y sentencia que para el pobre

“… el querosén siempre escaso,
la yerba del mate siempre de ayer,
el trabajo siempre mucho
y la paga siempre poca”.

La madrugada ha llegado. Ya es tarde aun para mí, una modesta insomne calle en diagonal. Me voy a dormir. ¡Hasta mañana!

El Payador

Esta noche - y todas las noches - el ambiente está eufórico. La armonía entre artistas y público siempre está presente en la peña. A mi me agrada ver el respeto con que los artistas son recibidos por los parroquianos. No importa la calidad de la interpretación. Esta conducta se debe en mucho a la presencia del dueño del local. Juancito tiene un trato considerado hacia el hombre – y alguna que otra mujer que se atreve de vez en cuando – que generoso regala su canto, su música, su alegría. Además, como buen conocedor de la noche y de los noctámbulos, siempre tiene una guitarra disponible, una copa de vino y un lugar preferencial para el musicante popular. No siempre los aficionados son los que dan la nota desafinada en el espectáculo. A veces los artistas “consagrados” cometen desaciertos que confirman que en el “pecado” está la “penitencia”.
Este es el caso del payador de la peña que está cantando ahora. Es un tipo joven, no muy alto, relativamente buen mozo. Sus actitudes muestran que es muy campechano, muy entrador. Es complaciente con los pedidos de la audiencia, payando en cifra y especialmente en milonga, nunca en contrapunto. Domina el arte de la paya con su guitarra y su rima espontánea, improvisa una o más cuartetas en versos octosilábicos aludiendo a las características físicas de los mismos que le piden una muestra de su talento en improvisar o a situaciones acaecidas recientemente y que son del conocimiento del público asistente.
Afortunadamente esta noche es tan calurosa que la puerta de entrada a la peña está abierta de par en par. Esto me permite disfrutar de la actuación de este cantor popular marplatense de inspiración fácil y regular versificación. Lo veo ubicado en el centro del proscenio, que en el local está a ras del piso, apoyando su espalda contra el mostrador lo que le permite una visión total hacia las mesas que están todas ocupadas. Una de esas mesas llama mi atención. A ella está sentada una muy bonita joven de no más de veinte años, calculo yo. A su lado hay una silla vacía sobre la cual descansa el estuche de la guitarra del payador. Éste, entre verso y verso, mira embelesado a la niña en cuestión. Aunque no la puedo ver de frente estoy segura que ella le devuelve esas miradas con el mismo intenso arrebato que él le envía. Mi intuición femenina me dice que este payador de ciudad debe ser algo picaflor.
Como crónica de un despelote anunciado les voy a contar lo que en este momento está sucediendo en el interior del local de la peña. Hace unos instantes ha llegado una mujer de edad algo madura y de formas bastante redonditas. Por su forma de comportarse me impresiona como una dama muy segura de si misma. Está parada justo en medio de la puerta de entrada, dándome la espalda. Su cabeza está bien erguida y dirigida hacia la persona del vate trovero, quien aún no se percató de su presencia. Éste, tal vez por haber sido siempre afortunado en los amores en que se entreveró sin complicarse, nunca pensó lo que se le está por venir. Esa arraigada costumbre suya de intercalar en su matrimonio alguna fémina diferente para darle variedad a la primera que llevó al altar, le va a costar muy caro a este mujeril rapsoda. Como es sabido que a confesión de partes relevo de pruebas todo lo que yo puedo decirles lo está diciendo el mismo en su último canto de esta noche:

“He de decirles amigos que es mi destino
Habérmelas de vez en cuando con la fulana que me casorió
He venido con mi novia
Y aunque no temo los castigos del amor conyugal,
Prefiero poner distancia entre el bombón que está aquí
Y la sisebuta que me ficha desde ahí”

Y ahí no más, sin siquiera enfundar su preciada guitarra, más rápido que ligero, pone pies en polvorosa. La veterana dama sale tras de su esposo “ante Dios y la ley de los hombres”, a la misma velocidad que él. Esto le permite descargar su ira a carterazo limpio sobre la espalda del antes enamoradizo varón y ahora domado cónyuge.
Juancito se siente en la obligación de aclarar, para aquéllos que como yo no sabemos nada de la vida personal de los artistas de la peña, que este buen hombre esta casado desde hace varios años con la señora que lo vino a buscar. Que ésta no es la primera vez que le suceden problemas por polleras y que, seguramente, pasará algún tiempo antes que este Casanova reaparezca por las peñas marplatenses.

El Lobizón

Hermosa noche de viernes. Casi no se ven estrellas en el cielo. La luz de una redonda, incandescente luna llena cubre el dulce titilar de las celestes luminarias. Acaba de entrar a la peña un individuo que impresiona tanto por su físico como por su vestimenta. Físicamente es alto y magro. Por su enjutez yo diría que debe ser duro e impetuoso. Su actitud es la de un hombre altivo, taciturno, silencioso. Su única compañía es una guitarra enfundada en un estuche de lujo. Apenas el hombre ha transpuesto la puerta es interceptado por Juancito. Este es un comportamiento nada común en el dueño de la peña, siempre gentil y amable con los que visitan su lugar de trabajo. Vencida por la curiosidad como siempre arrugo el cordón y empujo mi vereda hasta casi pegarla contra el vidrio de la vidriera. Esto me va a permitir enterarme de lo que acontece entre ellos.

El recién llegado está de espaldas hacía mi así que puedo oír lo que dice pero no ver bien sus facciones ni sus gestos. Lo poco que veo ya desata mi paranoica imaginación. Ya les dije que es alto y huesudo, pero lo parece más en comparación con Juancito que es algo bajo y fornido Pero no es esta diferencia física lo que alimenta mi mente fantasiosa. Es el tipo en su conjunto. Sus lacios pelos negro azabache, que le llegan hasta los hombros, están cubiertos por un sombrero de fieltro, tipo chambergo, también de color negro. Viste un pantalón raro, tipo bombacho, de color gris oscuro moteado y un saco corto hasta la cintura de la misma tela y color que el pantalón, Supongo que esta vestimenta deber ser un tipo de traje de hombre de campo. Lleva un cuchillo largo de gran tamaño, en la espalda. Este cuchillo, que se llama facón y es de plata, está sostenido, al igual que el pantalón, por un ancho cinturón de cuero blanco adornado con monedas. Mientras conversan, ambos hombres van moviéndose de tal manera que ahora Juancito me da su espalda y el otro su frente.
Si de espalda me asusta, de frente me aterra. Sus rasgos son duros, sus ojos negros miran fijamente a cualquier persona u objeto a la que dirigen su vista. Su nariz larga y aguileña está separada de sus labios por negros y largos bigotes que se entremezclan con una no muy prolija barba azabache. Una camisa blanca cubre su pecho. Es muy poco lo que de ella se ve ya que este individuo es un escaparate viviente de orfebrería en plata y oro Cadenas de plata y oro de todo grosor y largo cubren la pechera de su camisa. De los mismos materiales son los anillos que lleva en cada uno de sus diez dedos y las pulseras que luce en ambas muñecas. Y el cinturón que sostiene a su facón – y que yo sólo veo desde atrás – está totalmente incrustado por monedas y figuras de plata y oro. Además calza un par de botas que deben valer una fortuna.

Las voces de ambos hombres me traen a la realidad y a prestar más atención a sus palabras. El gaucho quiere cantar y Juancito trata de persuadirlo para que no lo haga. Le pide que vaya a otro lado pues el elenco está completo esta noche. Lo convence y consigue que se retire y se dirija a otro lugar de canto. Despejado el sitio, Juancito les dice a los que no lo conocen que este personaje, oriundo del partido de Lobos, es un buen tipo. Proviene de una muy buena familia y su afán es cantar en las peñas, no por necesidad económica sino por gusto personal. Agrega que a veces es mejor no dejarle hacer su voluntad pues puede ser algo molesto.

Hace una hora que vi por primera vez a este cantor. En este lapso de tiempo vino cuatro veces. Se fue tres veces esperanzado y regresó tres veces decepcionado porque no lo aceptaron en ningún lado. Pero a su cuarto retorno, Juancito lo invita a entrar y le dice que ahora es su turno de cantar. Me siento emocionada porque la decisión del dueño del lugar me demuestra que la alegría, en esta peña, no es sólo para los habitúes a la misma sino para los cantores, no importa si malos o buenos, que alimentan su alma del canto que regalan a los demás.
Desenfunda su guitarra cuidadosamente, rasguea un instante y… … y ahora me doy cuenta porque lo despachan de todos los lugares adonde va a ofrecer su arte. Su actuación provoca situaciones difíciles, primero porque su repertorio es muy acotado, sólo sabe una canción, y segundo por la manera de interpretar la misma. Va mesa por mesa cantando en forma íntegra e ininteligible la letra de la endecha folclórica de su autoría, mientras clava su mirada torva en los ojos de los parroquianos a los que dedica sus gorjeos. Esta modalidad de actuación más la personalidad del cantor siempre provocan algunos problemas. Es el caso de nuestra peña que alberga en su salón diez mesas. Al detenerse mesa por mesa interpretando la misma canción, su número musical no sólo es extenso en el tiempo sino aburrido en el contenido. Pero en verdad no hay ambiente de aburrimiento en el lugar. Es que el contacto visual entre sus patibularios ojos con los ojos de las personas que concurren habitualmente al lugar mantiene a éstos expectantes y en vilo. Se me hace que es el prototipo del cantor personalizado.

Juancito lo apura, le dice que hay otros compañeros que tienen que actuar y que no demore. Respetuosamente el artista detiene su canto y saca de un bolsillo una cajita de material plástico en cuyo interior, según él publicita, “hay una cinta magnética donde está registrada mi canción y puede ser reproducida en cualquier aparato pasacasete”. Pide permiso para venderla a los presentes. Imposible negarle el permiso. Antes de empezar la subasta Juancito le pregunta cuantas casetes tiene para vender. Este representante de la pampa húmeda confiesa tener uno sólo porque “es el único que he podido grabar en el aparato grabador que tengo en mi casa”. A este punto la paciencia de Juancito parece acabar y él mismo le enfunda la guitarra y lo despide hasta otro momento. No creo que valga la pena seguir con más detalles sobre la personalidad de este artista frustrado. El dueño de la peña y yo ya tenemos bastante por esta noche.

Ha pasado un mes. Ha vuelto el bardo desentonado. Esta noche parece un calco de la anterior. La luna llena sigue iluminando con toda su intensidad de lucero selenita. ¡Qué noche de martes más luminosa! … … Noche de martes… … luna llena… … Noche de viernes… … luna llena ¿No será éste trovador surero el séptimo hijo varón de un matrimonio que no tuvo una hija mujer en la alternancia de la parición? Por las dudas esta noche he de mantenerme atenta. Esperaré el lucero del alba antes de irme a dormir. ¿Quién podrá tener una planta de muérdago por el barrio? ¿O una ristra de ajo?
(continuará)