viernes, 25 de junio de 2010

Anécdotas de una Calle Corta de Mar del Plata

Son, sonar, sonante, sonido, sonoro

Dicen los otólogos que la etiología de la sordera es un factor importante en relación con la pérdida auditiva, la que puede estar asociada, entre otras cosas, con factores ambientales. Además dicen que en un tercio de las personas sordas, el origen de su sordera no ha podido ser diagnosticado. Bueno este es mi caso y no es mi caso. ¿Cómo explico esta paradoja dentro de lo paradojal de mi propia existencia? Muy fácil. La pérdida de capacidad auditiva se debe a factores ambientales, pero ningún profesional dedicado a la otología podría diagnosticar el origen de mi sordera de no conocer lo que madrugada tras madrugada vengo soportando desde hace varios años.

Desde que se inauguró la peña mis noches han sido algunas veces muy movidas y otras veces más tranquilas. Pero nunca tan ruidosas como las noches telúricas protagonizadas por un conjunto folclórico cuyos cuatro integrantes son tan entusiastas como voluntariosos. Sus actuaciones me emocionan y me ensordecen. Estos muchachos conforman un cuarteto de dos guitarristas, un violinista y un bombisto. Éste último debe ser el director del conjunto porque le da al bombo con alma y vida. Así, se desgranan
Chakai Manta,
La López Pereyra,
Los Sesenta Granaderos,
La Felipe Varela

Todas son hermosas y todas acompañadas por las guitarra, el violín y el
¡bom!... ¡bom!... ¡bom! ¡bom!.

Y dale al bombo, a la baguala, a la chacarera, y otra vez al bombo… Que no es un bombo cualquiera… ¡No! ¡Es un bombo legüero! ¿Ustedes saben lo que es un bombo legüero? Por si no, les voy a hablar de nuestro vernáculo instrumento de percusión. Se emplea para acompañar la música de nuestra zamba, nuestra chacarera, nuestro malambo. Si lo comparamos con otro tipo de tambores o bombos, el legüero es más liviano y pequeño que aquéllos. Pero su resonancia es penetrante y poderosa. Este pequeño monstruo forrado en cuero curtido lleva en su nombre implícita su característica sonoridad. Se llama Bombo y se apellida Legüero porque cuando se ejecuta a campo abierto puede ser escuchado a varias leguas a la redonda.
¡A varias leguas, acabo de aclarar! Y ahora agrego un dato más, así como a la pasada. Una legua es una unidad antigua de longitud que equivale a cuarenta cuadras de 150 varas cada una. ¿Calculamos juntos? Si una vara mide aproximadamente 0,866 metros cada cuadra mide 129 metros, los que multiplicados por cuarenta llegan a sumar 5,196 metros. Por esto, antes de terminar mi elucidación didáctica quiero recordarles que yo soy una calle completa en sólo una cuadra de extensión. Longitudinalmente mido 86 metros con 50 centímetros mientras que la distancia entre las líneas de frente de mis ambas veredas es la normal a cualquier calle del ejido marplatense – excepto las avenidas, se entiende. Esta aclaración es muy importante para que ustedes entren en situación y comprenda mi condición de autista ótica.

¡Ay! Ya empiezan esta noche. Le están dando con todo a una hermosa chacarera. Chakay Manta. Bella y estruendosa chacarera. Mi otalgia se agudiza a medida que avanzan la música y el canto:
¡Bom!…¡bom!… ¡bom!…
Muy adentro del corazón
donde palpita la vida
¡Bom!…¡bom!… ¡bom!…
siento como un comezón
hay ser mi prenda querida….

Ante tanto barullo me da por desvariar. En este momento estoy creo estar diciendo cosas que a lo mejor son sensatas pero si así no lo fuesen no me siento responsable. Mis disquisiciones son consecuencia de mi trastorno auditivo
“Son, sonar, sonante, sonido, sonoro… sonoro, sonido, sonante, sonar, son… Los niños se duermen al son del canto de su madre… el son se oye con placer… el sonar es un ruido… el ruido causa miedo…el miedo no es placentero… el bombo suena, suena, suena. Concluyo que el bombo legüero es un gnomo sonante pero no sonoro que se empeña, bajo las órdenes de quien lo interpreta, a herir mi oído y asustarme.
¿Será el bombisto compinche del Lobizón? Puede que sí. Pero el Lobizón sólo aparece los martes ó viernes en noches de luna llena, mientras que este elfo de tierra adentro está todas las noches con luna, sin luna, con estrellas o sin ellas.
“Son, sonar, sonante, sonido, sonoro… sonoro, sonido, sonante, sonar, son…


Pelota de cuero, pelota de trapo

Me halaga que yo, pobre diagonal suburbana, haya sido elegida por un grupo de purretes como lugar preferido para reunirse a jugar. Estos pibes, sin saberlo, satisfacen mi vanidad. Confieso que tengo un afán desmedido por ser reconocida. Y es lógico. No es que quiera justificar el confesar mi falta de humildad ante mis lectores pero ustedes no negarán que es una reacción indiscutible ya que yo nací a la vida por accidente, mejor dicho, nací por un fallo judicial que dio la razón a los Hermanos Vaira en contra de la Municipalidad Marplatense; además no tengo nombre definido y mi destino parece condenarme a ser el eterno patio trasero de las dos calles importantes que hacen esquina conmigo.

Estos pibes, que no deben tener más de 10 ó 12 años, vienen a diario. La mayoría de ellos son chicos pertenecientes a familias de clase obrera. No sé si alguno de ellos fantasea con la idea de ser un gran jugador. Todos los días ellos y sus amigos juegan con una pelota de trapo, Los muchachitos con su juego han traído a muchos curiosos que disfrutan de estos picaditos imberbes. Como desde siempre yo suelo escuchar y aprender de los que saben, me entero que los impúberes juegan al fútbol. Además se comenta que me eligieron para armar su canchita porque el zanjón que me separa de la nada hacia el sureste, es el límite ideal para evitar ser desalojados del lugar. Y como colofón a tantas explicaciones el aplauso para los pibes que me enorgullece porque la verdad es que les he tomado mucho cariño. Dicen los hombres sabios que estos mocosos tienen un potencial individual y colectivo que ya quisieran poseer los mayores de veinte años.

Mientras en distintos barrios de Mar del Plata se están creando instituciones sociales y deportivas donde el fútbol es tan importante, o más aún, que algún que otro deporte o actividad social. Es que la pasión balompédica se extiende como una pandemia y se fundan clubes en toda la ciudad.




Una idea descabellada

Yo sigo siendo el potrero que sirve de canchita. Por las conversaciones que escucho de los espectadores que observan los partiditos de entrecasa que se llevan a cabo sobre mi terrosa superficie, me entero que muy cerca están los clubes Nación y Mitre. Éste último que es el que domina el mundo futbolístico de la ciudad, cuenta con una sede móvil, ya que sus autoridades se reúnen a veces en el despacho de bebidas de la familia Aprea - sobre la calle Moreno al 3300 - y a veces en lo de un vecino – Salafranca - a cuadra y media de mi esquina con la calle Bolívar. El fútbol ha crecido tanto que los acontecimientos ligados a este deporte hacen difícil determinar el orden y las fechas de los sucesos inherentes al mismo. El 26 de julio de 1913 se funda la Liga Marplatense de Fútbol, que es una de las tantas ligas regionales de fútbol de la Provincia de Buenos Aires. En el año 1921, mes de abril, día 29 – para ser más precisa – se fusiona esta la Liga con la Federación Marplatense de Fútbol. De esta unión nace la Asociación Marplatense de Fútbol cuyo primer presidente es un conceptuoso vecino de la ciudad.
En 1924 la municipalidad autoriza que en el predio de la diagonal Álvarez se levante la Casa del Deporte. Como siempre los emprendimientos municipales cuentan con la aprobación de los munícipes pero no con los fondos necesarios para comenzar las obras autorizadas. Comenzar algo, particularmente cuando implica dificultad, peligro, improvisación y falta de fondos es, sin lugar a dudas, una inconsciente idea municipal.
Ya hace un año que la ordenanza de la construcción de la Casa del Deporte, resultado de una irreflexiva aprobación sin haberse evaluado su trascendencia, está a medio cumplir. No hay fondos para la consecución de la misma. Pero ya se sabe que la suerte del inconsciente no la tiene el reflexivo. Y una vez más razón tiene el refrán. Estamos en el mes de agosto del año 1925. Después de surcar el alto mar, el mar profundo, el mar revuelto, el mar proceloso, llega al mar de Mar del Plata el barco inglés “Repulse”
Este bajel británico es famoso por la actuación que ha tenido en la Primera Guerra Mundial. Pero su comportamiento heroico no terminó con el tratado de Versalles. Aún le espera una última acción valerosa, extraordinaria, digna de admiración que los capitostes de la Liga Marplatense de Fútbol han de encomendarle. No más amarrar el “Repulse” en nuestro puerto las autoridades de la Liga deciden organizar partidos con los marineros británicos, con la idea de conseguir importantes recaudaciones para poder con ese dinero terminar la Casa del Deporte, cuyo frente se abrirá sobre mi vereda par. ¡Al fin seré puerta de entrada!
Creo que esta es una idea brillantemente descabellada porque el “Repulse” cuenta con 1500 tripulantes, de éstos unos pocos juegan al fútbol. El equipo formado por estos hombres tiene en su haber deportivo el ser campeones de fútbol de la armada inglesa.
En el año 1925 Mar del Plata tiene aproximadamente 30.000 habitantes. Muchos de esos 30.000 conciudadanos son amantes del fútbol, así que este es acontecimiento que será inolvidable para ellos y para mi también ya que, si todo sale bien, se construirá el edificio y a lo mejor hasta embaldosaran mi vereda que corresponde al frente de la Casa del Deporte.
Como siempre sucede, cualquier acontecimiento contrario a la razón o a la prudencia en el que me veo involucrada termina siendo exitoso. Y esta aventura financiera disfrazada de amistosos encuentros futbolísticos, tiene un resultado feliz. Hemos jugado 6 partidos durante los 35 días que el “Repulse” ha estado en nuestro puerto. Mar del Plata (sus jugadores) ha ganado 4 partidos, empatado 1 con tiempo de alargue y perdido 1.

Último Aviso
Una de las tantas características que me hace especial es que soy una arteria calva. En efecto, Mar del Plata es una ciudad que se caracteriza por sus calles arboladas. Casi todas lucen árboles plantados cada tantos metros pero sin obedecer una distancia pareja entre ellos. Los más comunes son los perfumados tilos y los robustos plátanos. Reconozco que a veces siento envidia cuando comparo mi alopecia con las melenas de verdes hojarascas que lucen mis afortunadas colegas cuando la excesiva frondosidad de sus árboles está en pleno. En el momento en que el sol del estío es total y el calor comienza a molestar, sus hojas interceptan la luz solar y humidifican el ambiente. Mis estivales transeúntes comentan que apenas dan vuelta la esquina que comparto con la calle Bolívar ésta les ofrece un oasis de frescura. Pero afortunadamente el ritmo inalterable del paso del tiempo trae consigo el paso inmutable del cambio de las estaciones climáticas. Así cuando llega el otoño, se desvanece mi negativo sentimiento hacia las calles marplatenses que imagino lucen bellas con una belleza generada por los árboles que las adornan. Es que el otoño abate las hojas que caen de las ramas antes frondosas y ahora alfombran las veredas generando el disgusto de las amas de casa que deben barrerlas, amontonarlas y deshacerse de ellas antes que algún viento travieso comience a soplar, las arremoline y las matronas tengan otra vez que sacar las escobas. La diferencia es a mi favor ya que yo mantengo mis dos veredas libres de marchito follaje.
Hoy, 25 de junio de 1979 amanecí perfecta. Estaba todo tranquilo hasta ahora que son las 10 de la mañana. Juancito y Juancita –los dueños de la peña La Cortada – y el matrimonio que vive al lado de la misma están conversando muy animadamente. Cada pareja, tiene sendas Cédulas de Notificación cuyo contenido parece no ser totalmente de su agrado. Es que el encabezamiento de esas notas es la consabida e inquietante consigna de cualquier demanda oficial: Último Aviso. Sigo escuchando y me entero que el municipio tiene la gentileza de avisar que en diez días a partir de la fecha de recepción del “último aviso” se ha fijado el día de vencimiento para cumplimentar esta Ordenanza Municipal sancionada por el Consejo Deliberante, como siempre entre gallos y media noche, para reforestar las calles marplatenses. Potencio mi capacidad auditiva y me entero que similares notificaciones fueron enviadas, no sólo a los propietarios frentistas de la diagonal Antonio Álvarez (que soy yo), sino a todos los dueños de inmuebles de la ciudad de Mar del Plata. Además en el artículo segundo se determina que el incumplimiento a lo intimidado dará sin más trámite aplicación a multas que van desde pesos CIEN MIL ($ 100.000) hasta pesos DIEZ MILLONES ($ 10.000.000)………
Los integrantes de ambos matrimonios son ciudadanos de probada conciencia cívica y excelente vecinos. Doy fe de mis conceptos. Entonces ¿a qué se debe su fastidio – que ya es compartido por los pocos propietarios cuyas viviendas tienen puerta de entrada sobre alguna de mis dos veredas - ante el “último aviso municipal”? No es porque consideren extemporánea la ordenanza de plantar árboles o reponer los que faltan en las calles marplatenses sino por el escaso tiempo que ha fijado el municipio para cumplimentar lo ordenado y por el monto de las multas a aplicar.

Pensándolo bien 10 días no es un plazo fijado con suficiente anticipación para que no sea necesario apresurarse para ir a un vivero, elegir un arbolito, contratar a un albañil para que levante las lajas que tapizan mis veredas, plantar el palito vegetal, prolijar el terminado del cantero que será la cuna de ese ser orgánico que crecerá, vivirá y se llenará de brotes y hojas para luego deshojarse y nunca mudarse por propia voluntad.

Aclaro lo de “poco tiempo”. Ninguno de mis buenos convecinos ha demostrado, desde el tiempo de mi nacimiento hasta la fecha, una férrea voluntad en ser inversionista municipal. Todo lo contrario. Pero todos siempre han cumplido con su deber ciudadano. Y así será en esta ocasión. Sucede que hay que buscar precio en los distintos viveros ya que, a pesar de existir un vivero Municipal, en la ordenanza no figura el suministro gratuito de los verdes retoños.

Lo que está claro en la disposición dictada por la autoridad competente que reglamenta la vida de nuestra ciudad, es que todos los gastos corren por cuenta de los vecinos. Pero la Municipalidad, que como de costumbre vela por la seguridad, tranquilidad y bienestar de éstos, ha adosado a la fatídica papeleta una serie de ítems que en vez de aclarar oscurecen los conceptos básicos de la Cédula de Notificación:

a) Altura del árbol: superior a 1,80 ms. Altura del tutor: no menos de 1,50 ms. de la línea de acera.
b) Distancia entre planta y planta: 5 ms. a razón de 2 ejemplares por frente de 10 ms.
c) 0,40 ms. Del cordón al comienzo del espacio libre para colocar el árbol; se entiende que esa medida es a partir de la parte interna del cordón hacia la línea de edificación.
d) De existir frente a su propiedad árboles secos o mutilados, éstos últimos de difícil crecimiento, deberá gestionar la autorización para su retiro ante el Dpto. de Paseos Públicos (Rioja e/San Martín y Luro) y colocar por su cuenta otro/a en su reemplazo.

Siguen dos apartados finales que no hacen mella en el mellado espíritu de mis buenos convecinos. Por supuesto que éstos nunca olvidarán el nombre del Doctor Mario Roberto Russak - Intendente del Partido de General Pueyrredon – ni tampoco el nombre del Señor Juan Angel Savina – a la sazón Jefe del Departamento de Inspecciones Varias de la Intendencia del Partido de General Pueyrredon.

Operativo Reforestación


Ya ha pasado casi una quincena desde que empezó el “operativo reforestación” sobre la Diagonal Antonio Álvarez. Mis ambas veredas siguen tan áridas como siempre. No se si es un desorden emocional congénito pero no puedo evitar que cualquier acontecimiento inesperado que suceda en mi entorno produzca en mi mente un torrente de pensamientos desconectados y muchas veces infundados. La única explicación que encuentro a este comportamiento es que es muy difícil contener en una superficie tan pequeña como la mía un universo de convecinos tan especiales como son los que se domicilian en la marplatense Diagonal Antonio Álvarez. Esta neurosis se ha exacerbado en mi cuando, accidentalmente, me entero el nombre de las distintas posibles especies de los arbolitos a comprar para adornarme. Son tantas y de tan difíciles apelativos que no dudo que sus precios deben ser elevados. En el paroxismo de mi preocupación llego a imaginar un aquelarre arborescente en mi futuro. Es como si ya viera mis veredas luciendo cada tantos metros un árbol de cada especie: altos, bajos, robustos, endebles, algunos de hojas perennes, otros con follaje perecedero. Eso sí, todos con raíces varicosas que en no mucho tiempo reventaran las lajas que recubren la tierra apisonada de mis veredas.
A propósito de esto, la única vereda que tiene baldosas en la que corresponde al edificio Aconcagua que está en la esquina que me une con la calle Bolívar al 3200. Lo menciono con orgullo pues éste ha sido el primer edificio de varios pisos – en propiedad horizontal – que se construyó en el barrio hace ya muchos años.

Volviendo a mis oscuras premoniciones, éstas se vuelven más negras cuando veo que algún vecino, deseoso de ahorrarse un dinerillo, decide él mismo ser albañil y jardinero. Por arte de birlibirloque en poco más de dos semanas se ha generado en mi entorno un escenario de debilidad botánica que sobrecoge. Desde el suelo, a determinada distancia, se levantan enclenques palitos con alguna que otra ramita y una o dos hojitas que se mueven como polillas a la más suave brisa. Se ha cumplido la ordenanza – por lo menos en lo que a mi territorio respecta. Todo en paz.

¿Todo en paz? Nunca, jamás todo estará en paz. ¿Vieron como mis inquietudes nunca son infundadas? Hoy es 15 de agosto. Según el santoral es el día de la Asunción de la Virgen… … … Pero en el calendario seglar hoy es el día posterior al que uno de los dos arbolitos, plantado muy cuidadosamente por Juancito con sus propias manos y regado con maternal cariño por Juancita, ha sido robado. Gran alboroto, la indignación del perjudicado no tiene límites. Tal es así que Juancito, vulnerado en su propiedad y en su dignidad, se dirige a la seccional del barrio para denunciar el robo. Es atendido. Su denuncia tiene curso gracias a su parentesco con un muy importante líder sindical.
Es que este buen vecino necesita deslindar responsabilidades y dejar constancia, con papel sellado por medio, de su cumplimiento a la Ordenanza Municipal .y de su denuncia ante la autoridad competente. Se instruye un sumario con intervención del Juez en lo Penal en turno y se moviliza la fuerza investigativa. Ésta llega a determinar que el arbolito fue sustraído por delincuentes desconocidos. Ante el hecho consumado, lo único que puede hacer la autoridad policial es aconsejar al vecino damnificado que plante otro retoño y trate de protegerlo atándolo a una estaca y rodeando a ésta con varias vueltas de alambre de púa.

Demás está decir que todos los vecinos deciden seguir el ejemplo de Juancito. Están encerrando sus endebles arbolitos dentro de fortalezas hechas con alambres pinchudos y palos a fin de prevenir la tentación delictiva de algún descarriado.
Ahora el escenario que embellece mis veredas parece más un conjunto de bichos canastos verticales que una ubérrima calle arbolada.

¿Qué es la Pintura?

¿Por qué me hago esta pregunta? Porque acaba de establecerse una fábrica de pintura. Ocupa el salón que dejó vacío el chapista que por tantos años trabajó en el barrio. Mi añoranza deja paso a mi curiosidad. Me asomo al interior de la fábrica recién instalada. Aún sin tener experiencia en la materia, me doy cuenta que es un emprendimiento problemático tomando en cuenta sus limitadas instalaciones y su escaso personal: el hijo del dueño de la fábrica, idóneo en el lavado casi diario del auto de su papá y un peón, rengo e inútil para todo menester Es que todo lo que sucede a mi alrededor es (o ha sido) hipotético. Rememoro el final de obra del edificio Aconcagua (en su momento hipotética propiedad horizontal); la hipotética parrilla La Cortada; la fábrica de tejidos que era un hipotético establecimiento textil ya que sólo contaba con una máquina de tejer familiar marca Knittax.
¡Ahora la fábrica de pintura! Así el móvil fletero que trae materia prima a la factoría de pintura no puede romper la tradición. Es un furgón reacondicionado que prestó servicio como transporte de tropas durante la segunda guerra mundial. La caja donde se acarrean los envíos es playa con sólo dos barras a ambos lados de la misma que sirven como contenedores de lo que se transporta. El señor que maneja el vehículo y dispone la manera de descargar la mercadería acarreada debe estar en su séptima década de vida. El producto transportado es un barril de 200 litros de capacidad que contiene una mezcla compuesta por dos elementos básicos: un agente colorante llamado pigmento (en este caso blanco amarillento) y un agente aglutinante (en este caso aceite de lino). Es decir pintura. El barril está mal estibado y mal tapado. Sin prestar atención a este detalle el dueño de la fábrica, su hijo y el fletero empiezan con la tarea logística de bajar el barril. El más joven, el hijo del dueño, pone manos a la obra trepando raudamente sobre la caja del camión. Desde arriba comienza a tratar de mover el pesado barril. Después de ingentes esfuerzos consigue hacerlo girar sobre su base, como si ese tonel de metal fuese una grácil joven danzando con él un romántico vals “straussiano”. Pero impensadamente ambos danzarines pierden el compás, el barril se desliza de costado y se precipita al vacío en una limpia pirueta falsamente escuadrada, no sin antes perder su tapa superior. Quienes estaban en la calle esperando ayudar en el desembarco de la barrica, no atinan a nada. El fabricante de pintura está parado sobre la parte media de mi superficie asfaltada, con sus manos detrás de su espalda mirando atentamente las idas y vueltas de su hijo. El anciano fletero está a su lado dando instrucciones que no son escuchadas por nadie. En un periquete, el fletero y el dueño de la fábrica quedan inmersos hasta los bajos de sus pantalones en este mar de pintura, bajo el cual estoy yo sin posibilidades de emerger. Espero que alguien tome una escoba o un trapo de piso y me rescate de esta situación.
El tránsito comienza a complicarse, los vecinos salen a mirar, el fabricante de pintura lamenta su pérdida económica, el fletero no sabe como sacar su ex-bélico cacharro, la marea sube, sube y yo… … … escucho con horror que están ordenando al peón rengo - inútil para cualquier menester que no sea fumar, tomar mate y decir palabrotas - que trabaja como sereno en la fábrica, que vaya a buscar una pala y unos tarros vacíos para levantar a palazos la pintura derramada.
Nunca pensé que mis últimas palabras fuesen “Glu… Glu… Gluu…”
Ave Nocturna


Don Arturo es el dueño de una “cuasi improvisada” fábrica de pintura sita en la Diagonal Antonio Álvarez 3380... Califico de “cuasi improvisada” a esta fábrica porque sus instalaciones son casi inexistentes. Una máquina mezcladora y varios tarros vacíos de 20 litros de capacidad cada uno. La materia prima viene de la capital y la fuerza laboral es cubierta por sólo dos personas, el hijo de don Arturo y un rengo de edad indefinida que sirve para toda tarea que no implique esfuerzo personal, un poco por su impedimento físico y otro poco por su desapego al trabajo.
Tipo raro este rengo. Respondón ante cualquier observación. Maligno en su mirar y ladino en su actuar. Sus ambas extremidades (brazo y pierna) izquierdas están rígidas por un problema congénito. Por ser una discapacidad nacida con él, no adquirida posteriormente, es habilidoso en movilizarse con ó sin bastón, aunque este adminículo siempre lo acompaña en sus desplazamientos.
Desde el día que llegó a mis dominios, usa todas las artimañas y fingimientos que tiene bien estudiados para conseguir lo que quiere: cigarrillos, que a su pedido le dan los hombres que pasan cerca de él; ropa usada, que alguna compasiva matrona le acerca de vez en cuando; algún que otro churro, que el vendedor de los mismos generosamente le suministra en su habitual recorrida por mis dos aceras.
Durante el día está sentado sobre una silla destartalada. Fuma y toma mate, toma mate y fuma. Los vecinos se han acostumbrado a este comportamiento diurno. Lo que no saben estos mismos vecinos es lo que pasa casi todas las noches en el interior del depósito de la “cuasi fábrica” de pintura. Tampoco lo sabe su dueño. Es imposible pensar que el impedido tenga una conducta indeseable. Sin embargo la tiene y la ejercita casi siempre al cerrarse el crepúsculo vespertino. Pero esta noche los acontecimientos rebasan los límites. Al cojo le resulta imposible parar a sus visitantes masculinos. Es que están todos muy alterados. La presencia de una mujer, la única entre tantos varones, parece, a pesar de ser realmente fea, elevar la valoración de su femenina compañía. Es fea de toda fealdad. Es flaca, muy flaca. Es desgarbada, torpe en sus movimientos, ridícula en su atuendo. Luce un vestido de color blanco con su parte superior sostenida por unos breteles muy finitos que acentúan aún más su tísica figura. Varios collares de cuentas de muchos colores adornan su cuello, similar al de una gallina pelada. Su policroma cara no permite ver claramente sus rasgos. Luce una enrulada peluca rubia que sujeta con horquillas en las que ha adosado flores artificiales a guisa de florida diadema. Lamentablemente semejante cantero floral no puede disimular su fealdad. Esta mujer es feota y descarnada. La algarabía general la enloquece y sin pensar se zambulle en medio de la batahola imparable. Es un molinete descontrolado. Sus amigotes no la pueden detener: la toman del vestido blanco que se rasga por la debilidad de la tela, la agarran de la peluca rubia con que cubre su canosa rala cabellera pero logra zafar. El tejido de pelo no se desprende quizá por estar bien agarrado. Lo que vuelan son las flores, desgajadas en pétalos que planean por acá y por allá. Le cruzan las piernas que mueve bastante torpemente con idea de derribarla, pero es inútil. Por último le tiran trompadas y patadas que se pierden en el aire. En una de tantas fintas anónimas, alguien consigue tomarla por la cintura y contenerla. Esta ave nocturna, con el vestido roto y la melena postiza despeinada, respira profundo, desorbita sus ojos y toma el bastón que descansa sobre una mesita, la única pieza del destartalado mobiliario que se mantiene vertical en ese aquelarre de objetos desparramados a tontas y locas por el suelo del lugar. Descontrolada, amenaza con darle de palos a la cabeza de cada uno de sus compañeros de francachela. A esta altura la algarabía ya es algarada. Es que todo se ha convertido en una confusión descomunal. El fandango llega a oídos de la autoridad que llega al sitio de inmediato en la persona de dos agentes. Los representantes del orden quieren parar el batuque pero solo consiguen acrecentarlo. Uno de ellos llama a la seccional pidiendo algún refuerzo. Cuando la colaboración llega, los beligerantes ya han disminuido la violencia de su enojo por estar cansados, golpeados y algo intoxicados por los vapores etílicos.
Al final el grupo termina en la comisaría. Medio vestidos, bastante maltrechos, algo beodos, todos avergonzados menos la pelandusca, que desgreñada, sucia y casi andrajosa, antes de subir al camioncito celular se acomoda su descalabrada peluca rubia después de cubrir sus escuálidos omóplatos con una campera que le acerca un policía para cubrir su macilento físico. Lo único fuera de lugar en su atuendo son los gastados mocasines (uno ortopédico – el izquierdo) que cubren sus pies.
El primer partido del primer torneo de fútbol de verano
Desde el año 1927 la Liga Marplatense de Fútbol tiene la puerta de adelante de su sede sobre la Avenida Colón 3245. La parte posterior fue, en un principio, un humilde portón - que daba paso a los fondos del edificio principal – sobre mi acera par. Cuando el portón estaba abierto se podía ver un patio de piso de tierra y una edificación con todas las trazas de ser una vivienda familiar. En esa edificación vivía la familia Acchiarini, cuyo patriarca era el Secretario Rentado de la Liga Marplatense de Fútbol. Buena gente, trabajadora, decente.
Pero este invierno se quitó el portón que ha sido reemplazado por una pared con dos ventanitas.Durante muchos meses me pregunté el por qué del cambio hasta que de oídas, por conversaciones de los viandantes, me acabo de enterar que se remodela el estadio de la ciudad para que se jueguen los torneos de fútbol de verano. Entonces las ventanitas deben ser las boleterías donde se han de vender las entradas.
No me equivoco. Esta madrugada estival no sólo me mantiene despierta el bombo legüero de la peña sino la presencia de un número cada vez más importante de personas que se ubican sobre mi vereda par haciendo cola a partir de las ventanitas, de las que ya les hablé, hacia la avenida Independencia. Son aficionados que vienen a comprar entradas para el primer partido del primer torneo de fútbol de verano en la ciudad de Mar del Plata. Ya es casi mediodía, el calor aprieta. Se nota la falta de experiencia de los boleteros. Los “hinchas” comienzan a irritarse debido a la lentitud en la venta de las entradas. La cola comienza a descompaginarse, algunos avispados tratan de ganar puestos no respetando el orden de llegada. Los que son desplazados pierden el control. Ellos llegaron primero, quieren conseguir una buena ubicación y terminar con la amansadora de tantas horas. Se produce un escándalo de proporciones que en pocos momentos deriva en una pelea callejera. Las peleas callejeras son un hecho común en cualquier parte del mundo. Por eso suceden hasta en mis dominios. Los unos se quieren imponer a los otros porque ambos desean conseguir algo muy deseado: las entradas al estadio.
Un grupo muy pequeño en número pero muy belicoso protagoniza una sesión de pugilato donde mezclan golpes de boxeo con tomas de lucha libre. Un grandote le grita a otro, no menos corpulento, que le saque el lugar a él, si es lo suficientemente macho, en vez de desplazar a un pobre alfeñique amigo suyo. Y ahí no más comienza una toma y daca de puñetazos. Algunos trompadas aterrizan en las cabezas, muchas en las mandíbulas y otras en las partes pudendas de los contrincantes. Sobre el ring en el que involuntariamente me he convertido se muestran todos los estilos y todas las “técnicas” del deporte de los puños. Así hay boxeadores fajadores, técnicos, golpeadores, defensivos, contraofensivos etc. Pero también hay uno – el boxeador cobarde - que no responde a los golpes y que retrocede, retrocede, retrocede tanto que acaba por meterse, de espaldas, por una pequeña puerta que está semiabierta. Esta abertura corresponde al depósito de la fábrica de pintura lindante medianera por medio con la propiedad de la Liga.
De repente mi interés se centra sobre éste púgil que prudentemente decidió tirar la toalla antes de ser masacrado por los gladiadores que luchan con sus puños por luchar no más, ya que nadie se acuerda ni de las entradas ni del partido de fútbol. ¿Por qué cambió el punto de mi atención? Porque el boxeador asustadizo así como entró de envés sale de pecho, despavorido, como un buscapié de fuego de artificio perseguido por un perro grande, muy grande, fornido, de cabeza redonda, orejas pequeñas, dientes fuertes y cuello corto.
La fábrica tiene como cuidador y sereno a un rengo de desagradable aspecto y raras costumbres. Uno de sus hábitos es, durante los meses de verano, dormir a la hora que sea, con la puerta abierta. Se entiende esta costumbre porque el galpón es muy caluroso y el cojo no tiene de que preocuparse pues Titán, que así se llama el perrazo, siempre lo acompaña y no deja entrar a nadie
Hasta acá no hay nada raro en la situación que les relato. Lo que si puede ser inverosímil para quien lea este relato es lo que estoy viendo y paso a contar: el rengo, despertado imprevistamente de su siesta estival, aturdido por los vahos alcohólicos del vino con el que acompañó su almuerzo, descoordinado por los ladridos del perro, corre como puede con su pierna dañada detrás del mastín de imponente alzada y babeantes fauces abiertas. El baldado cubre su torso con una camiseta más bien roñosa y sus partes vergonzosas con unos pantalones holgados sostenidos con un cordel a modo de cinto. Pero entre el desbarajuste armado por los energúmenos ensangrentados y furiosos, que revolean trompadas y todo objeto que caen en sus manos y los ladridos del descendiente directo del cancerbero, que parecen amplificarse a medida que aumenta su veloz persecución, el impedido no se da cuenta que el nudo de su improvisado cinto se abre y su pantalón desciende hasta sus tobillos, lo que lo hace caer al suelo.
Milagrosamente, con movimientos filmados en cámara lenta, de repente se detiene el improvisado festival de boxeo. Parece como que de algún lugar alguien hubiese hecho sonar la campana. Pero no, ninguna campana ha sonado. Lo que sucede es que en el suelo, panza abajo con sus escuálidas nalgas al aire libre, está el impedido. Quizá esto no es lo más grave. Lo más grave es que el rengo se levanta como puede y así como la exhibición de las dos porciones situadas a continuación de su esquelética espalda ha sido accidental, no es accidental que una vez de pie este tullido comience a reírse de la situación mientras cruza sus brazos sobre su descarnado pecho… … … sin preocuparse por levantarse los pantalones.

Inconclusión
Concluir significa dejar una cosa totalmente cerrada. Se concluye aquello que admite la idea de ser cerrado. Pero yo aún tengo mucha cuerda en el reloj de mis recuerdos. Todavía conservo muy lúcida mi mente embaldosada y pavimentada. Mi capacidad de traer al presente una persona, cosa o situación del pasado está intacta. Siento que es una necesidad y un deber darle a la nuevas generaciones de marplatenses el regalo de las anécdotas de tantos vecinos que, ya viviendo en mis dominios o transitado por mis veredas, has escrito una parte chiquita pero válida e irremplazable en la historia cotidiana de nuestra querida ciudad de Mar del Plata. Regalo para ellos y para mí también. ¿Por qué? Pues porque el obsequio que doy es para que quien lo quiera recibir recuerde siempre a quien se lo hace.
Esta inconclusión es un pequeño recreo que le doy a mi memoria en mi tarea de impedir que tantas situaciones vecinales caigan en el olvido. No he de “echar la llave” al arcón de mi vivencias. En poco tiempo, prometo, volveré con más anécdotas porque……… “Todo me sucede a mí. A mí, que de todas las calles de Mar del Plata no soy ni la más larga, ni la más ancha y no figuro en el catastro municipal como calle porque soy una diagonal.”

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