lunes, 7 de junio de 2010

Anécdotas de una Calle Corta de Mar del Plata

Fábrica de Jersey La Cortada

Hoy ha amanecido gris. Como de costumbre no he podido pegar un ojo en toda la noche. Menos mal que hay una serie de gatos atorrantes que me entretienen con sus correrías por los techos de las casas de mi cuadra. Hace frío y hay una fuerte brisa que disminuye aún más la baja sensación térmica. Me siento tan vulnerable que hasta creo estar alucinando porque veo que se está levantando la cortina metálica que impide entrar al local de la parrilla que fue. Alguna persona debe haber entrado. Confieso no haber visto a nadie abrir desde afuera el candado que traba la cerradura de la pequeña puerta metálica inserta en la cortina y menos ingresar al local. Aunque no es nada raro ya que mi percepción está algo menguada y a veces me resulta imposible fijar mi atención.

Bueno, las cosas ya están acomodándose en mi mente. Acaba de llegar un camioncito fletero, muy común en la ciudad. El fletero, después de constatar la dirección de su entrega, baja de la caja del camión, con la ayuda de un muchacho, dos máquinas de tejer y otras dos más pequeñas, cuya función me es desconocida, todas evidentemente de segunda mano. También bajan dos bolsones de lana y un canasto pequeño de mimbre donde hay una parva de cosas amontonadas.
¿Quién sale a recibir la entrega? ……Una señora de edad mediana a la que no tengo el gusto de haber visto antes. Tras ella sale nuestro conocido dueño de la ex parrilla La Cortada. No me asombro pues me he enterado de oídas que la justicia tomó cartas en el asunto y después de intercambios de términos jurídicos y testimonios entre fiscal y abogados defensores, se dispuso que todas las personas detenidas quedasen en libertad bajo fianza y ciertas condiciones. Por el trato entre ambos me doy cuenta de que son marido y mujer. Mientras entran los cachivaches traídos conversan entre ellos. Y así me entero que van a comenzar a armar un taller de tejidos, cuya jefa ha de ser la señora y el guapo de otrora un simple ayudante de ella.
Por varios días no ha habido importante movimiento en el local. Donde ha habido ajetreo fue entre los vecinos. La parábola del bien portarse de los vecinos ha triunfado sobre la tentación del maligno recién llegado. Sobre nuestra manzana triangular se ha depositado una nube de bonanza que desparrama sobre todos nosotros – yo entre todos – una serena sensación de bienestar.
Esa sensación alimenta en mí un sentimiento de tranquilidad. Esta tranquilidad ayuda a combatir mi falta de sueño. Esto confirma mi tesis que mi insomnio no es una enfermedad en si sino es un síntoma de mi desorden psíquico provocado por todos los tejes y manejes sucedidos a mi alrededor desde la aparición de la famosa parrilla que fue y ya no es.
Bueno pero volvamos al flamante taller textil que ya está funcionando. Afortunadamente tanto la puerta de entrada como la vidriera están despejadas de las oscuras cortinas metálicas y puedo enterarme de todo lo que sucede en el interior del local. Ayer espiaba el salón de timba camuflado de parrilla al carbón; hoy curioseo la flamante fábrica de punto camuflada de industria textil.

Paso a contarles lo que estoy viendo. Pero antes he de confesarles que desde hace un tiempo me autoanalizo para ver si puedo entender porque “justo a mí me tocó ser yo”. ¿Se entiende? Trataré de explicar: como les dije mi nacimiento fue accidentado, casi desaparezco del ejido marplatense antes de tener identidad propia y hoy mismo, ya con nombre y apellido, soy muy poco conocida por los habitantes de esta bendita ciudad. De todos los caminos que emprendí para llegar a una respuesta, me he identificado totalmente con el principio que justifica mi existencia como consecuencia de la trasmigración. Vaya una a saber de que sitio ignoto provino el alma que llegó hasta mí para dar principio a mi vida y capacitarme para conocer, sentir y maravillarme. Lo que no me dio es la posibilidad de limitar mi capacidad de asombro. Voy de impresión en impresión ante las cosas que inesperadas que se suceden sin solución de continuidad en mi pequeño universo callejero. A lo mejor esto es muy positivo para mí, ya que aunque pequeña, soy parte de una ciudad que día a día crece y con el tiempo – segura estoy - yo seré muy importante en el devenir citadino.

A través del vidrio – algo sucio – veo todo el mobiliario de lo que fue La Cortada. Hay sillas, mesas y algún que otro banco- todos apiñados contra el mostrador; éste, a su vez, soporta sobre su descascarada tapa las copas, vasos, pocillos para café, sifones, botellas llenas, medio llenas y hasta vacías que quedaron abandonadas a su suerte desde el infortunado día donde todo el movimiento “comercial” de la seudo parrilla se descalabró. Una espesa capa de polvo cubre todo esa colección de trastos que ocupan lugar y no me doy idea del por que se conservan. En fin, cada uno sabe lo que hace con sus cosas. Pero esto no es lo interesante. Lo sorprendente es la escena que se desarrolla ante mis asombrados ojos. Las cuatro máquinas que trajeron están acomodadas; dos mesitas auxiliares a ambos costados de las mismas, sirven como apoyo a madejas de lana y algún material ya tejido. Hay una silla y un banco acomodados enfrente de una de las máquinas de tejer. La consorte del otrora guapo está sentada en la silla explicándole a su cónyuge como preparar la urdimbre a partir de los puntos de orillo que ella había previamente armado en las agujas de la máquina.
El hombre, después de asentir con la cabeza, se acomoda en el banquito y emprende la tarea que le ha sido encomendada. ¡Nunca me hubiera imaginado que algún día vería lo que estoy viendo! Aquél valiente empresario gastronómico hoy es un manso operario textil bien sumiso y conforme con su nueva actividad laboral.

La mujer comienza a levantar los dichosos puntos de orillo. Él pregunta porque hay dos grupos de puntos. Ella contesta que es un truco trabajar ambos grupos simultáneamente porque lo que él va a tejer son las mangas y trabajándolas juntas, éstas salen iguales. El rey de la timba se bajó del trono para ser un simple paje de la lana. Comienza a elaborar la trama mientras repite en alta voz sus movimientos: cuatro puntos al derecho, un punto al revés, cuatro al derecho, uno al revés, etc., etc. Ahora cuatro al revés, uno al derecho, cuatro al revés, uno al derecho, etc., etc. En un momento dado se acerca su mujer y le recuerda que no se apure pues ese punto que él trabaja se estira mucho, cosa que se tiene que tener en cuenta a la hora de tejerlo.

El progreso del artífice de la lana es notable. No obstante, la esposa- instructora sigue impartiendo enseñanza a este sorprendentemente esposo-buen alumno. Le explica como tiene que levantar los puntos que se le escapen y como hacer los ojales, ahora que está tejiendo las delanteras de las chaquetas. Voy a prestar atención a ver si aprendo algo. La mujer comienza la explicación que es atentamente seguida por su esposo y por mí. Así ambos nos instruimos en la técnica de hacer ojales en el tejido: al iniciar la vuelta del derecho donde se quiere hacer el ojal, se teje un punto al revés, se cierran los dos siguientes puntos y se teje el otro al revés. Luego se continúa el resto de la vuelta y en la siguiente vuelta del revés, al llegar a los puntos anteriormente cerrados, se montan dos puntos nuevos. A mí no me parece muy difícil; a él, no se.

Lo cierto es por un tiempo dejé de prestar atención a los vecinos tejedores, porque otras cosas suceden a mí alrededor aparte de la fábrica de jersey La Cortada. No piensen que esta factoría está habilitada con tan rimbombante nombre; es una travesura mía el haber creado tan pomposo apelativo comercial. Pero hoy vuelvo a los cónyuges urdidores porque están sacando las máquinas y demás enseres que hace cuatro meses fueran traídos por ellos mismos. Esta pareja nunca fue recibida – ni bien ni mal – por los vecinos estables de la manzana. Su ausencia no se ha de notar, de seguro. Cargan todo en el mismo camioncito de fletes que trajo el escaso mobiliario y parten hacia vaya una a saber dónde. Otra vez se bajan las cortinas metálicas. El matrimonio se va para nunca más volver. Otro episodio cerrado en mi vida.

Juancito y Juancita

¡”La… SOL… la… re… MI… la… SOL…”!
¡“DO… RE… DO… RE… DO… MI… la”!

¿Entono bien? ¿Modulo bien? ¿Afino bien? ¿Quien podrá contestarme si mi voz es silente, si nadie me puede oír? En fin, esta duda no va a detenerme en mi nueva aventura de vida. .Quiero cantar.
He descubierto que para mi el canto es una afición, un solaz. ¿Cuándo empezó en mí esta vocación? ¿Cómo se despertó mi ansia canora? Les voy a contar.
Muy poco tiempo estuvo cerrado el local que en su momento albergó una venta de motos, una parrilla, una tejeduría doméstica. Ahora es una peña folclórica: Peña La Cortada. Sus dueños son un matrimonio de edad mediana, muy simpático y muy distinto a los anteriores propietarios de la parrilla tejedora. En esta pareja el hombre es, como ya dije, de mediana edad. No muy alto, de atlética sólida contextura Sus maneras son muy agradables y es considerado en su trato con las personas. La mujer, obviamente su esposa, es algo más joven que él. Su cabello rubio, corto y prolijamente peinado, enmarca un rostro agradable que delata su ascendencia germana. Sencilla y agradable, en ella se revela una persona afable y laboriosa. Ambos me cayeron en gracia desde el mismo momento que pisaron mi vereda. Además sus nombres son muy simpáticos: Juancito, él; Juancita, ella.

A los pocos días de haber llegado al lugar, después de trabajar los dos al unísono para ordenar todo el revoltijo que había dejado el otro matrimonio, ponen en funcionamiento la Peña La Cortada. Un cartel, no luminoso, sobresale de la fachada del local con la propaganda del vino León – seguro que el costo del anuncio corre por cuenta del distribuidor de esa marca. ¿Comenzarán otra vez mis noches movidas? No lo sé porque en verdad no se que es, en realidad, una “peña”. Lo que si sé es que el horario de trabajo es nocturno porque Juancito acaba de poner un cartelito en la puerta de entrada anunciando que:

“Hoy abre sus puertas la Peña La Cortada.
Los esperamos a partir de las 9 de la noche hasta que las velas no ardan.
Empanadas, vino, guitarreada y amigos.
Esta noche la Casa corre con los gastos.
¡No Falten!”

Son las ocho de la noche y ya se encendieron las luces del local. Me siento más curiosa que excitada en esta noche inaugural. Lentamente se van acercando hombres y mujeres que por la forma en que son recibidos deben ser amigos de los anfitriones del lugar. La mayoría de los hombres portan guitarras. Lo que me intriga es un muchacho joven, que entra con un grupo muy ruidoso, portando un cilindro de madera, cerrado en ambos extremos, y dos palos como mazos. En fin, no voy a permitir que mi curiosidad me enrosque en esta noche de fiesta. Ya veré más adelante.

Lo que ahora veo son mesas y sillas distribuidas de tal manera que dejan un espacio semicircular, limitado por ese mostrador tan conocido por mi. Me doy cuenta que ese es el proscenio por donde desde esta noche en más han de desfilar guitarreros y algún que otro cantor. Esto me gusta. Ya no es más música envasada dentro de un tocadiscos, ahora es música en vivo. Y mientras comienzan a desgranar sus telúricas habilidades canoras, comienzan a aparecer sobre cada mesa - ahora sin hule a cuadritos - platos de gruesa loza blanca colmados de doradas, humeantes, tentadoras - no sólo por su aspecto sino también por su aroma – empanadas.

Cada plato contiene como mínimo 6 empanadas, grandes como alpargatas, que son repuestas sin prisa y sin pausa al desaparecer inmediatamente entre las fauces de los asistentes a la ceremonia de apertura. Estoy segura de mi cálculo sobre las unidades comestibles que desfilan ante mis ojos, pero no puedo tener la misma certeza para calcular la cantidad de vino que generosamente va repartiendo mesa por mesa el inefable Juancito.

En cuanto a las empanadas, obra exclusiva de Juancita, diré que las mismas reafirman la infalibilidad de mi intuición femenina. Desde que la conocí pensé que esta mujer era una excelente ama de casa. En verdad no se si es hacendosa en orden y aseo – es que tiene mucho que hacer pues para este matrimonio negocio y vivienda es una unidad funcional – pero que doy fe que es la mejor cocinera de empanadas que he conocido. A fuer de sincera debo confesar que ella es la única cocinera de empanadas que ha visitado – hasta ahora – mi pequeño mundo triangular. Mi amistad con Juancita – amistad de la cual ella nunca se ha de enterar, por obvias razones – se ha generado a través de mis papilas gustativas y mi epitelio olfativo. El efluvio que emana de sus empanadas, mezcla de cebolla de verdeo, queso muzarella más la ligera emanación algo untuosa de la grasa de pella con la que mi amiga empanadora las fríe, es un bálsamo para mi sentido del gusto. Es que ese aroma que llega hasta mí desde el fondo del local de la Peña es un festín en medio de mis noches románticas y folklóricas, noches de canto y guitarras.

Agapito

Alto y cenceño, de traje oscuro, camisa blanca - ésta siempre con su primer botón fuera del ojal – y sin corbata, este mozo es un correntino bien plantado. Cuando el entusiasmo del canto aumenta su temperatura corporal, se queda en mangas de camisa, las que arremanga simétricamente. Al hacer esto yo puedo ver la parte baja de sus brazos y su cuello tostados por el sol. ¿Será que este noctámbulo también vive de día? No sé, lo que si sé es que lleva en su porte el orgullo correntino. Su actitud me hace pensar que el ser correntino debe ser un plus al ser argentino. Es un bohemio nocherniego que llega a la peña todas las noches casi a la misma hora. Se sienta invariablemente a la misma mesa que parece reservada para él. A veces lo acompaña un muchacho joven. Son tan parecidos que es imposible no darse cuenta el lazo filial que los une. Ambos tocan la guitarra con una sencillez de artista de pueblo y una exquisitez de concertista de salón. Lo llaman Agapito. El apelativo es suficiente para sus amigos y admiradores. La gente no necesita saber el apellido de aquellos que cantan el sentir popular. Él es uno de ellos. El chamamé es su fuerte pero lo mismo la emprende con una chamarrita, un valseado o un tanguito montielero. Entre canto y canto demuestra su soltura como cuentista de hechos cotidianos con brochazos de ingenio popular, inocente y sabio

Esta noche, como todas, descansa sobre su mesa el infaltable atado de cigarrillos, la botella de vino tinto y la copa que siempre, milagrosamente, está medio llena del carmesí brebaje. Displicentemente comienza a rasgar las cuerdas de su guitarra y a cantar, con su voz algo pequeña y aguardentosa, todo lo que quiere decir. A su aire. Sentencian los eruditos que la voz del cantor es la voz del pueblo. Por eso Agapito canta al amor, al vino, a la esperanza, a la Guaina (11) que lo espera en los esteros y sentencia que para el pobre

“… el querosén siempre escaso,
la yerba del mate siempre de ayer,
el trabajo siempre mucho
y la paga siempre poca”.

La madrugada ha llegado. Ya es tarde aun para mí, una modesta insomne calle en diagonal. Me voy a dormir. ¡Hasta mañana!

El Payador

Esta noche - y todas las noches - el ambiente está eufórico. La armonía entre artistas y público siempre está presente en la peña. A mi me agrada ver el respeto con que los artistas son recibidos por los parroquianos. No importa la calidad de la interpretación. Esta conducta se debe en mucho a la presencia del dueño del local. Juancito tiene un trato considerado hacia el hombre – y alguna que otra mujer que se atreve de vez en cuando – que generoso regala su canto, su música, su alegría. Además, como buen conocedor de la noche y de los noctámbulos, siempre tiene una guitarra disponible, una copa de vino y un lugar preferencial para el musicante popular. No siempre los aficionados son los que dan la nota desafinada en el espectáculo. A veces los artistas “consagrados” cometen desaciertos que confirman que en el “pecado” está la “penitencia”.
Este es el caso del payador de la peña que está cantando ahora. Es un tipo joven, no muy alto, relativamente buen mozo. Sus actitudes muestran que es muy campechano, muy entrador. Es complaciente con los pedidos de la audiencia, payando en cifra y especialmente en milonga, nunca en contrapunto. Domina el arte de la paya con su guitarra y su rima espontánea, improvisa una o más cuartetas en versos octosilábicos aludiendo a las características físicas de los mismos que le piden una muestra de su talento en improvisar o a situaciones acaecidas recientemente y que son del conocimiento del público asistente.
Afortunadamente esta noche es tan calurosa que la puerta de entrada a la peña está abierta de par en par. Esto me permite disfrutar de la actuación de este cantor popular marplatense de inspiración fácil y regular versificación. Lo veo ubicado en el centro del proscenio, que en el local está a ras del piso, apoyando su espalda contra el mostrador lo que le permite una visión total hacia las mesas que están todas ocupadas. Una de esas mesas llama mi atención. A ella está sentada una muy bonita joven de no más de veinte años, calculo yo. A su lado hay una silla vacía sobre la cual descansa el estuche de la guitarra del payador. Éste, entre verso y verso, mira embelesado a la niña en cuestión. Aunque no la puedo ver de frente estoy segura que ella le devuelve esas miradas con el mismo intenso arrebato que él le envía. Mi intuición femenina me dice que este payador de ciudad debe ser algo picaflor.
Como crónica de un despelote anunciado les voy a contar lo que en este momento está sucediendo en el interior del local de la peña. Hace unos instantes ha llegado una mujer de edad algo madura y de formas bastante redonditas. Por su forma de comportarse me impresiona como una dama muy segura de si misma. Está parada justo en medio de la puerta de entrada, dándome la espalda. Su cabeza está bien erguida y dirigida hacia la persona del vate trovero, quien aún no se percató de su presencia. Éste, tal vez por haber sido siempre afortunado en los amores en que se entreveró sin complicarse, nunca pensó lo que se le está por venir. Esa arraigada costumbre suya de intercalar en su matrimonio alguna fémina diferente para darle variedad a la primera que llevó al altar, le va a costar muy caro a este mujeril rapsoda. Como es sabido que a confesión de partes relevo de pruebas todo lo que yo puedo decirles lo está diciendo el mismo en su último canto de esta noche:

“He de decirles amigos que es mi destino
Habérmelas de vez en cuando con la fulana que me casorió
He venido con mi novia
Y aunque no temo los castigos del amor conyugal,
Prefiero poner distancia entre el bombón que está aquí
Y la sisebuta que me ficha desde ahí”

Y ahí no más, sin siquiera enfundar su preciada guitarra, más rápido que ligero, pone pies en polvorosa. La veterana dama sale tras de su esposo “ante Dios y la ley de los hombres”, a la misma velocidad que él. Esto le permite descargar su ira a carterazo limpio sobre la espalda del antes enamoradizo varón y ahora domado cónyuge.
Juancito se siente en la obligación de aclarar, para aquéllos que como yo no sabemos nada de la vida personal de los artistas de la peña, que este buen hombre esta casado desde hace varios años con la señora que lo vino a buscar. Que ésta no es la primera vez que le suceden problemas por polleras y que, seguramente, pasará algún tiempo antes que este Casanova reaparezca por las peñas marplatenses.

El Lobizón

Hermosa noche de viernes. Casi no se ven estrellas en el cielo. La luz de una redonda, incandescente luna llena cubre el dulce titilar de las celestes luminarias. Acaba de entrar a la peña un individuo que impresiona tanto por su físico como por su vestimenta. Físicamente es alto y magro. Por su enjutez yo diría que debe ser duro e impetuoso. Su actitud es la de un hombre altivo, taciturno, silencioso. Su única compañía es una guitarra enfundada en un estuche de lujo. Apenas el hombre ha transpuesto la puerta es interceptado por Juancito. Este es un comportamiento nada común en el dueño de la peña, siempre gentil y amable con los que visitan su lugar de trabajo. Vencida por la curiosidad como siempre arrugo el cordón y empujo mi vereda hasta casi pegarla contra el vidrio de la vidriera. Esto me va a permitir enterarme de lo que acontece entre ellos.

El recién llegado está de espaldas hacía mi así que puedo oír lo que dice pero no ver bien sus facciones ni sus gestos. Lo poco que veo ya desata mi paranoica imaginación. Ya les dije que es alto y huesudo, pero lo parece más en comparación con Juancito que es algo bajo y fornido Pero no es esta diferencia física lo que alimenta mi mente fantasiosa. Es el tipo en su conjunto. Sus lacios pelos negro azabache, que le llegan hasta los hombros, están cubiertos por un sombrero de fieltro, tipo chambergo, también de color negro. Viste un pantalón raro, tipo bombacho, de color gris oscuro moteado y un saco corto hasta la cintura de la misma tela y color que el pantalón, Supongo que esta vestimenta deber ser un tipo de traje de hombre de campo. Lleva un cuchillo largo de gran tamaño, en la espalda. Este cuchillo, que se llama facón y es de plata, está sostenido, al igual que el pantalón, por un ancho cinturón de cuero blanco adornado con monedas. Mientras conversan, ambos hombres van moviéndose de tal manera que ahora Juancito me da su espalda y el otro su frente.
Si de espalda me asusta, de frente me aterra. Sus rasgos son duros, sus ojos negros miran fijamente a cualquier persona u objeto a la que dirigen su vista. Su nariz larga y aguileña está separada de sus labios por negros y largos bigotes que se entremezclan con una no muy prolija barba azabache. Una camisa blanca cubre su pecho. Es muy poco lo que de ella se ve ya que este individuo es un escaparate viviente de orfebrería en plata y oro Cadenas de plata y oro de todo grosor y largo cubren la pechera de su camisa. De los mismos materiales son los anillos que lleva en cada uno de sus diez dedos y las pulseras que luce en ambas muñecas. Y el cinturón que sostiene a su facón – y que yo sólo veo desde atrás – está totalmente incrustado por monedas y figuras de plata y oro. Además calza un par de botas que deben valer una fortuna.

Las voces de ambos hombres me traen a la realidad y a prestar más atención a sus palabras. El gaucho quiere cantar y Juancito trata de persuadirlo para que no lo haga. Le pide que vaya a otro lado pues el elenco está completo esta noche. Lo convence y consigue que se retire y se dirija a otro lugar de canto. Despejado el sitio, Juancito les dice a los que no lo conocen que este personaje, oriundo del partido de Lobos, es un buen tipo. Proviene de una muy buena familia y su afán es cantar en las peñas, no por necesidad económica sino por gusto personal. Agrega que a veces es mejor no dejarle hacer su voluntad pues puede ser algo molesto.

Hace una hora que vi por primera vez a este cantor. En este lapso de tiempo vino cuatro veces. Se fue tres veces esperanzado y regresó tres veces decepcionado porque no lo aceptaron en ningún lado. Pero a su cuarto retorno, Juancito lo invita a entrar y le dice que ahora es su turno de cantar. Me siento emocionada porque la decisión del dueño del lugar me demuestra que la alegría, en esta peña, no es sólo para los habitúes a la misma sino para los cantores, no importa si malos o buenos, que alimentan su alma del canto que regalan a los demás.
Desenfunda su guitarra cuidadosamente, rasguea un instante y… … y ahora me doy cuenta porque lo despachan de todos los lugares adonde va a ofrecer su arte. Su actuación provoca situaciones difíciles, primero porque su repertorio es muy acotado, sólo sabe una canción, y segundo por la manera de interpretar la misma. Va mesa por mesa cantando en forma íntegra e ininteligible la letra de la endecha folclórica de su autoría, mientras clava su mirada torva en los ojos de los parroquianos a los que dedica sus gorjeos. Esta modalidad de actuación más la personalidad del cantor siempre provocan algunos problemas. Es el caso de nuestra peña que alberga en su salón diez mesas. Al detenerse mesa por mesa interpretando la misma canción, su número musical no sólo es extenso en el tiempo sino aburrido en el contenido. Pero en verdad no hay ambiente de aburrimiento en el lugar. Es que el contacto visual entre sus patibularios ojos con los ojos de las personas que concurren habitualmente al lugar mantiene a éstos expectantes y en vilo. Se me hace que es el prototipo del cantor personalizado.

Juancito lo apura, le dice que hay otros compañeros que tienen que actuar y que no demore. Respetuosamente el artista detiene su canto y saca de un bolsillo una cajita de material plástico en cuyo interior, según él publicita, “hay una cinta magnética donde está registrada mi canción y puede ser reproducida en cualquier aparato pasacasete”. Pide permiso para venderla a los presentes. Imposible negarle el permiso. Antes de empezar la subasta Juancito le pregunta cuantas casetes tiene para vender. Este representante de la pampa húmeda confiesa tener uno sólo porque “es el único que he podido grabar en el aparato grabador que tengo en mi casa”. A este punto la paciencia de Juancito parece acabar y él mismo le enfunda la guitarra y lo despide hasta otro momento. No creo que valga la pena seguir con más detalles sobre la personalidad de este artista frustrado. El dueño de la peña y yo ya tenemos bastante por esta noche.

Ha pasado un mes. Ha vuelto el bardo desentonado. Esta noche parece un calco de la anterior. La luna llena sigue iluminando con toda su intensidad de lucero selenita. ¡Qué noche de martes más luminosa! … … Noche de martes… … luna llena… … Noche de viernes… … luna llena ¿No será éste trovador surero el séptimo hijo varón de un matrimonio que no tuvo una hija mujer en la alternancia de la parición? Por las dudas esta noche he de mantenerme atenta. Esperaré el lucero del alba antes de irme a dormir. ¿Quién podrá tener una planta de muérdago por el barrio? ¿O una ristra de ajo?
(continuará)

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