lunes, 1 de noviembre de 2010

Batones y Bigudíes Marplatenses III

La institutriz

Los Quince Años de un Sueño en Viena

Una fría tarde de un día cualquiera de una semana del mes de junio de 1950…
Carlota pregunta a sus amigas si se acuerdan de la niñera de una familia de dos apellidos que no recuerdo porque son fonéticamente complicados de retener para una niña de ocho añitos. Estos nombres difíciles de recordar no producen reacciones extemporáneas en las cuatro señoras. Cada una sigue con su ganchillo, tijerita o agujetas. La pregunta de Carlota no es más que una interrogación retórica, ya que las amigas contestan con otras preguntas como: ¿acordarnos de quién?, ¿por qué?, ¿cómo?
Carlota, impaciente ante la no reacción de sus amigas, hará estallar la bomba chismosa, más potente por lo inesperado que por su carga explosiva en sí. La niñera, esa desvergonzada que había roto el matrimonio de tan conceptuado profesional, que lo separó de su esposa e hijos y que por más 15 años se paseó descaradamente con él, como si hubiese sido su legítima esposa. Pues bien, ayer Carlota había ido a La Fama a comprar unos hilos para bordar y de paso ver la nueva mantelería que había llegado. La Fama es una de las mercerías más paquetas de Mar del Plata y Carlota es una de sus más asiduas clientas. La Fama está en la calle San Martín, vereda impar, antes de llegar a la calle Santiago del Estero. Mi mamá a veces va a comprar ahí, aunque dice que venden muy caro. Cuando Carlota volvía por la calle San Martín, al pasar frente a la Catedral, la había visto en la Plaza San Martín, sentada cerca del Calendario…. ¡No lo podía creer!... ¿A quién había visto? preguntan tres voces al unísono ya que Teresa, autista ótica, ni se da por enterada. “Estoy hablando de la niñera de los WXZWYXZWYXZY”, se impacienta Carlota. ¡Otra vez los nombres difíciles! Y agrega más datos. Dice que la reconoció casi de inmediato a pesar de su deteriorado aspecto. Estaba sentada en un banco de la plaza tapándose con tres pedazos de frazadas sucias sobre su espalda y falda y un pañuelo más sucio aún cubriéndole la cabeza para protegerse del frío.
Hortensia deja el papel de molde sobre el cual está calculando la sisa de una blusa para su hermana y en un gesto repetitivo, muy de ella, abre sus ojos más esféricos que de costumbre. Emilia deja en suspenso el conteo de los puntos del ocho que está formando en su tejido. Doña Paca casi se atraganta con la pastilla de orozuz que está chupando mientras Teresa sigue bordando ausente de la novedad un poco por su sordera y otro poco por la muy baja voz de la cronista de turno. Y de ahí en más comienzan a desgranarse los datos biográficos de la pobre infeliz: la austriaca fue tomada como institutriz de los chicos de la familia cuando la hija mayor tomó la Primera Comunión. Por esa extranjera él abandonó a su esposa y sus hijos. ¡El dejó todo para estar con ella!
“Ella también dejó todo” corrige Teresa quien, sin levantar la vista del bordado, se entera de lo sucedido porque sus amigas han conseguido lo que ningún afamado otólogo pudo hasta este momento: que ella oyera de corrido una noticia casi completa. Todo gracias al Belén armado por sus correligionarias. Emilia no puede ocultar un tonillo mezcla de satisfacción y envidia cuando recuerda que después de muchos años el marido infiel – y arrepentido - volvió con su legítima esposa y a la “otra” no le dejó ni plata, ni casa, ni nada. Emilia está satisfecha porque ese hombre dejó a la “otra” en la calle, y envidiosa porque ella todavía está esperando el regreso del papá de Maricé.
Carlota con su blanda voz de jueza inapelable da su veredicto sentenciando que ese tiene que ser el destino de todas estas mujeres: vagabundear sin casa, sin ropa ni amigos. Se regodea al agregar que vio que la pobre pordiosera tenía a su lado un destartalado cochecito para bebé lleno hasta el tope de ropa sucia, cartones, trapos y algunos platos y tazas de loza rajados o enlozados y cachados por el uso y el abuso. ¿Cómo pudo ver tantos detalles? A mi me sorprende como pudo ver tantas cosas. Yo no puedo. A lo mejor los grandes ven más cosas que los chicos. A ninguna de las cinco se les ocurre preguntar – menos pensar - dónde pasa sus noches esa pobre mujer. Ellas toman mate calentito, adornado con bizcochitos de grasa o palitos de anís y no se les ocurre pensar que en Mar del Plata hace mucho frío, mucho frío y a veces llueve. Maricé y yo estamos tomando Toddy y comiendo los mismos bizcochitos de grasa y los palitos de anís que comen su mamá, su tía y las amigas de ellas pero a mí me parece que esta noche no voy a poder dormir. Es que pienso que hace frío y que debe ser malo dormir en la plaza.
El mate sigue pasando de mano en mano mientras sigue el cotorreo que se ensaña con la pordiosera cuyo único pecado ha sido ser bonita y amar. Pero yo soy muy nena para darme cuenta de esto.

Muchos años después una anciana - muy anciana no por los años acumulados biológicamente sino por las penurias amontonadas durante tanto tiempo – cuenta cosas de su juventud a una las señoras que de tanto en tanto va al Asilo de Ancianos a visitar a los abuelos huérfanos de cariño.. Son chispazos de memoria que se encienden y apagan como luces de navidad. Aunque no recuerda el nombre de su madre dice haber nacido en Viena. Dice que no está sola, el hombre que ella amó está a su lado. La señora que la escucha finge verlo. Es que no hay ningún hombre a su lado. La viejita en un destello de lucidez se da cuenta que no hay nadie y dice que él no está pues fue hasta la casa que tienen en la plaza para buscar alguna frazada. Se acomoda una vieja pañoleta sobre la falda, mientras murmura que es un tiempo raro. Murmura que todavía falta para el calor, que la primavera está hecha a propósito para no tener que envolverse en ropa. Ella se arregla como puede pero tiene que tener preparada mucha vestimenta distinta…. Luego muestra con orgullo una caja que guarda bajo la silla donde está sentada. En la caja tiene dos platos y otras tantas tazas de loza rajadas. Es su ajuar. Los recuerdos brotan a ratos. La mirada se vuelve distante, desvaída ……….. Es muy difícil tener una casa. Después que él se fue… … ¿o fue antes? ella tuvo una casa de campo. Los recuerdos vuelven a mezclarse en su mente. Pide cigarrillos aunque sabe que nadie se los dará. En medio de su drama lo único que le queda de su juventud y de sus días de esplendor son sus recuerdos tan enredados aunque milagrosamente sobrevivientes en medio de ese caos espiritual que es su vida de anciana vencida. Cuando sonríe lo hace dulcemente. Pero su mirada… es tan distraída, tan ausente.
Recita unos versos en alemán. Mira hacia el suelo tapizado de rojiblancas baldosas y dirigiéndose a ellas les dice que ella sabía alemán, inglés… pero se olvidó. Parece retornar al presente cuando le cuenta a quien la acompaña que estuvo en Italia con su hombre cuyo nombre no recuerda. Ayer en su juventud en su Viena natal, fue Sissí, la soberana adolescente que soñaba y danzaba al compás de los valses de Strauss. Hoy en su ancianidad, acá en la ciudad de Mar del Plata, es Violeta, la Traviatta que lleva sus camelias escondidas sobre su regazo bajo una vieja pañoleta. Lo que no esconde es su mucho amor hacia ese hombre con el que no se acuerda si se casó. Suspira y con una voz cada vez más débil, más inaudible, casi en un susurro, confiesa haberlo amado mucho pero él se fue y no lo vio más… nunca más. Parece buscarlo con la mirada perdida en el espacio vacío. El esfuerzo visual le hace cerrar sus arrugados párpados sobre sus fatigados ojos. De sus pálidos finos labios cerrados en una dulce sonrisa no sale sonido alguno. Y así, lentamente se duerme en un sueño que algún día será eterno como eterno ha sido su amor hacía ese hombre que, quizá arrepentido de haberse ido de su lado, debe estar esperándola en algún lugar del espacio celeste.

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