lunes, 1 de noviembre de 2010

Batones y Bigudíes Marplatenses V

La de la esquina

Mar del Plata, febrero 1950.

Esta señora es una vecina que si bien mantiene cordiales relaciones con las cinco integrantes de este rocambolesco conjunto, no se relaciona más que por una palabra o un gesto de fría cortesía cuando se encuentra o se cruza con alguna de ellas en la vereda. Ella también pertenece a esa noble raza de chismosa barrial, aunque es mucho más joven que las cinco ya algo viejas cócoras charlatanas. Vive en la casa de la esquina, la que tiene ventanas sobre dos calles. Esta privilegiada posición le permite chusmear sobre ambas aceras con sólo mirar a través de los visillos. Por eso no le importa mucho permanecer en casa. Además como tiene hijos chicos, sale todos los días a la puerta de su casa para vigilar a los pequeños mientras éstos juegan en la vereda. Maricé y yo a veces jugamos con los chicos, pero son muy nenes para nosotras. Ella sabe vida y milagros de todos los que pasan por frente a su puerta, la que constituye, tomando en cuenta las ventanas ya mencionadas, un valioso tercer frente de observación.
Pero esta mujer es egoísta ya que nunca comparte sus informaciones con las convecinas. Ni siquiera hace las compras en los negocios del barrio. Su esposo, que es ingeniero, y mi papá son amigos. Mi papá va todos los sábados a Batán a comprar carne y verdura a una quinta de las afueras de la ciudad, las que luego reparte con su amigo. Por esto la señora de la esquina no compra nada en el barrio. Su despensa es La Estrella Española, una de las más grandes despensas de Mar del Plata, que está en Rivadavia y Córdoba. A mi mamá también le gusta comprar alguna vez en la Estrella Española pero no muy seguido. ¡Siempre hay tanta gente! Cada dependiente tiene como su clientela fija y entonces hay que esperar que atiendan a un cliente para después dedicarse a otro. Lo que me gusta es ver cómo hacen los paquetes cuando envuelven el azúcar, los porotos o garbanzos que mamá compra entre otras cosas. Volviendo a la señora de la esquina, su esposo pertenece a una de las familias de más raigambre en la sociedad marplatense. Sus abuelos y sus padres fueron gente laboriosa, de trabajo. Hoy gozan de una buena posición económica y social. Que mi papá y el ingeniero sean amigos es como un freno a las críticas que las cinco amigas le puedan hacer a la vecina en cuestión delante de mi presencia.
Pero de repente todo estalla en la cocina donde Maria Cecilia y yo estamos jugando al Ludo. Prestamos poca atención a la verborrea de su mamá y de su tía. Sin embargo a mi me llama la atención que Emilia esté llamando por teléfono a las demás contertulias para pedirles que vengan antes de la hora acostumbrada porque tiene una bomba para contarles Ambas hermanas escucharon en la radio una noticia sobre un joven marplatense que ha desaparecido misteriosamente. Luego, cuando se da el nombre del joven, Emilia se da cuenta que se trata del único hijo de la hermana mayor del marido de la antipática vecina. Antes que lleguen las otras tres, Hortensia va a comprar La Capital para ver si salió algo sobre este asunto. La Capital es el diario más importante de la ciudad. La encargada de leer en voz alta toda la información brindada por el diario es Doña Paca. Es la que tiene la voz más fuerte, lo cual es importante pues es necesario que nadie quede fuera de la noticia, en especial Teresa. Dicen las noticias del diario que se encontró el coche del joven abandonado junto a las vías del tren, cerca de la salida de Mar del Plata. No había señal de daño físico pero las llaves del encendido y del baúl estaban tiradas sobre el piso, cerca del tablero. Es un dato preocupante. Por eso, sin perder un instante comienzan las cinco a deliberar el por qué, el cuándo y el cómo de todo este misterio.
Abre el debate la jefa de este matriarcado preguntando que le habrá pasado a este muchacho que tiene de todo. Ninguna de las cinco tiene respuesta válida; una dice que es sólo un rico holgazán; otra parece disculpar su ociosidad porque es el hijo único de una familia de mucho dinero que, además, porta un apellido respetable. Carlota – cuándo no - es la que alborota el avispero. Informa que hace mucho que se rumorea en la peluquería donde ella se atiende, a la que también acude la mamá de este muchacho, que él está enamorado de la hija de la cocinera de la estancia de los abuelos paternos del joven. También se comentó lo mismo en el negocio de lencería donde ella suele comprar su ropa interior. Y es Doña Paca, inefable presidenta de este consorcio chismeril, la que ubica los hechos en forma lógica y hasta por orden cronológico: sin duda el borrego se fue sin avisar a nadie… pero su madre debe haber estado alertada de que algo va a ocurrir… no olvidarse de la intuición materna. Hortensia, inocente como siempre, se conduele de esa madre que debe haber estado preocupada, a lo mejor pasando noches enteras espiando a través de las celosías. Emilia dice que ella sabe lo que es esperar la vuelta de alguien, escuchando atentamente cada ruido, estar sola en una cama grande y lo único que llega es la claridad del amanecer. Carlota está segura que se fue para juntarse con la hija de la cocinera. Las cinco coinciden en que este escándalo le va a bajar los humos a la de la esquina.
Han pasado tres días desde la noticia bomba. Hoy ha sido informado por el diario primero y la radio después, de la aparición del desaparecido. El muchacho ha regresado. Se había ido dramáticamente, pero no muy lejos. Viajó a una provincia del norte y, cuando se quedó sin dinero, pegó la vuelta. Patética aventura de entre casa la de este galán de medio pelo. Patética pero positiva pues se casa por civil y por la iglesia con la mujer que él ha elegido. Su madre acepta ser la madrina. Esa es la última actividad social de la matrona. Es que todo esto es una mancha en el prontuario social de la familia, que como no se puede ocultar, que es imposible de borrar.
Mientras Maricé y yo seguimos jugando al Ludo, no puedo evitar oír las conjeturas hechas por estas profetisas domésticas. Las cinco dicen que en esta boda la felicidad será esquiva para todos.

Han pasado muchos años. En el barrio ya no están las comadres ni la vecina de la esquina. Hoy nadie se acuerda de esa aventura de amor protagonizada por un joven marplatense impaciente por consumar su deseo en contra de los planes de su madre, la que nunca lo entendió. El círculo de amigos compadeció a esa pobre mujer que aceptó el casamiento de su hijo con esa “muchacha”, quizá como una penitencia que absolviese su pecado de madre castradora. Penitente arrepentida, antes centro de las veladas más encumbradas de la sociedad marplatense, después sólo recipiente de miradas de conmiseración en esas mismas reuniones. La madre de este joven fue en su juventud y en su madurez una bella mujer. Morena, segura de si misma no sólo por su belleza sino por su poder económico, aceptó todas sus derrotas sin perder su porte de reina. Lo que perdió fue su salud y las pocas ganas de vivir que le quedaron después del casamiento de su hijo. Se consumió lentamente y se fue silenciosamente de este mundo sentada en su silla de ruedas. Es como que ya su vida no tuvo más rumbo propio y sólo iba donde la llevaban los demás o, quizá, las circunstancias marcadas por su destino. Nunca más se comentó ese suceso que hizo hablar a tantos marplatenses.

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