lunes, 1 de noviembre de 2010

Batones y Bigudíes Marplatenses

Prólogo


La historia social de Mar del Plata comienza con las familias de dos y hasta tres apellidos que venían a veranear a la hermosa naciente villa balnearia. También se mencionan con admiración sus señoriales mansiones rodeadas de perfectas versiones de formales madrileños jardines sabatinescos ó barrocos vergeles holandeses. Hasta los más importantes medios de prensa, como las revistas El Hogar, Atlántida y los diarios La Nación, La Prensa, La Razón enviaban a sus cronistas sociales para mantener al día todos los chismes de la “alta sociedad” porteña que veraneaba en nuestra ciudad. Y así era lógico que siempre tuvieran prensa sitios emblemáticos como la Rambla Bristol, el Hotel Bristol, los bailes sociales en el Club Mar del Plata, el Pueyrredon, el Ocean Club, el Golf y el Yatch Club de Playa Grande.

Un poco más acá en el tiempo la crónica sigue más modestamente con las familias ya afincadas en la ciudad que comienza a crecer. Son todas familias de clase media acomodada. La burguesía, esa mesocracia que tanto caracterizó a la sociedad argentina de las primeras décadas del siglo XX, no podía estar ausente de la historia marplatense. Tampoco su hábitat: los “chalets”. Moradas menos suntuosas pero típicas construcciones marplatenses, de sólidas paredes de piedra Mar del Plata, de una o dos plantas con jardines al frente.

No niego que fueron esos pioneros los que comenzaron, con su elección veraniega, a dar forma a ese saladero regenteado por Coelho de Meyrelles, propiedad luego de D. Patricio Peralta Ramos, quien más tarde se une a D. Pedro Luro , etc., etc., hasta llegar a ser …. “la Perla del Atlántico”

Pero la historia de una ciudad como la nuestra no sólo se construye con la sumatoria de los “dimes y diretes” de aquellos que constituyeron la “elite” veraniega de la primera época de la otrora “villa veraniega” marplatense. Estos personajes pertenecen a la clase media-alta, son frívolos, superficiales, no necesitan trabajar, son mantenidos, les gusta figurar y aparecer en todos los medios. Son consumistas en extremo y sin ambiciones: todo lo tienen, sus expectativas están colmadas, por lo que no aspiran a un nivel superior en la escala social. La historia de nuestra ciudad se construye, y con más fuerza, con los “dimes y diretes” de aquellos que consideraron a Mar del Plata como lugar de trabajo y de radicación definitiva. Esas personas terminaron encontrándose y formando a base de amor y comprensión las bases de la familia marplatense y, a base de trabajo y tesón, la base económica de nuestra ciudad. Y así las generaciones que desde a partir de los Luro, los Peralta Ramos y muchos otros pioneros que han habitado Mar del Plata han sido con sus energías, sus sueños, sus hechos y sus ilusiones la piedra angular del “edificio histórico marplatense”.

De ese edificio voy a tomar algunos ladrillos que han de ayudarme a contar las aventuras de ciertos vecinos marplatenses presentándolos anónimamente para evitar que los lectores caigan en la tentación de lucubrar sobre la real identidad de los mismos. Es que mis historias son de fondo real pero… ¿para qué herir susceptibilidades de aquéllos que han sido parientes o amigos de estos domésticos protagonistas? No quiero ser indiscreta cronista de incidentes vecinales, cómicos algunos, trágicos otros. Mi propósito es jamás escribir llevada por una insensibilidad objetiva sino ser justa y magnánima con las desviaciones del alma hurgando para hallar el por qué de las situaciones y procurando mostrar que el sentimiento humano siempre ha estado presente en los protagonistas de mis relatos

Terminan los años ’40 y comienzan los prometedores ’50. La apertura de la década que marca la mitad del siglo XX no puede ser más auspiciosa para la ciudad de Mar del Plata. “1950 Año del Libertador General San Martín”.
Mar del Plata nació “horizontal”: construcciones bajas, elegantes, suntuosas, sin ninguna pretensión de alcanzar el sol. El deseo de los pioneros marplatenses era disfrutar del sol, no taparlo. Es que al principio se estaba más cerca de Neptuno que de Ícaro. Pero en 1950 comienza la era vertical marplatense y con ella el aluvión turístico de clase media que cambiará para siempre la idiosincrasia marplatense.

Pertenezco a la generación de los “chicos” de los años cuarenta. Chicos que somos felices y no lo sabemos. Algunos de nosotros vamos al colegio por la mañana, otros por la tarde. Siempre almorzamos en casa. Si nos sacamos una mala nota o hacemos alguna travesura, mamá o papá nos retan. Pero no somos conflictivos y en seguida estamos nuevamente en buenas relaciones con nuestros progenitores. En mi caso mi problema existencial de estos años de mi niñez se origina porque desde marzo a diciembre hay muy poco que hacer en Mar del Plata. ¡Es tan aburrido ir al centro en invierno! A mi me fascinan las vidrieras de los negocios de ropa que están sobre la calle San Martín y que – yo no lo se - son sucursales marplatenses de las casas centrales que están en la Capital Federal. Me gustan los escaparates bien presentados y mejor iluminados de tiendas como James Smart ó The Brighton – sobre la vereda impar de la calle San Martín entre Santa Fe y Corrientes; Gath y Chaves – en la esquina de San Martín y Corrientes; Harrods , a metros de la anterior – sobre la vereda par más hacia la calle Entre Ríos. Pero estos negocios están cerrados en invierno. Sus puertas y vidrieras están cubiertas con tablones de madera como si los dueños quisieran abrigarlas del frío, protegerlas de la lluvia ó defenderlas del viento hasta que llegue el próximo verano y todo sea luz y alegría otra vez. Menos mal que a veces voy con papá y mamá a tomar el café con leche para comerme las ricas medialunas de la Jockey; lástima que no siempre se me da esta fiesta. Fiesta que me gusta terminar yendo hasta la esquina de San Martín y Santa Fe, más precisamente hasta Casa Escasany, donde en su frente, en un despliegue técnico asombroso – para mí – se exhiben 6 relojes de pared sobre la ochava de Santa Fe – vereda impar- y San Martín –vereda par. Cada uno de estos relojes marca una hora distinta, que corresponde a la hora oficial de diferentes capitales europeas ó americanas, en comparación con un séptimo reloj, mucho más grande que los otros seis que están tres a cada lado suyo, que marca la hora de nuestro país. Otra cosa que me gusta es ir con mi mamá a comprar libros ó útiles a la Librería Rey, que está más acá de la Jockey – sobre la misma calle San Martín - porque no hay que cruzar Santiago del Estero. Ni que hablar de mis añoranzas estivales por los helados de la heladería Mickey, que está en la Rambla o de los helados de Leone, que según dice mi papá que ahora, como estamos en invierno, está cerrada porque el dueño se va a Río Hondo. Bueno, esto me conforma porque hace frío – me refiero al no comer helados - pero lo que no me gusta nada es que tengo que esperar hasta enero para comerme algún bombón del Al Jazmín del Cabo porque está, como todos los negocios de la Rambla, cerrada aunque no tapiada como los negocios del centro. ¡Qué garrón!
Pero no todo es hastío en mi infantil vida. Así que después del colegio doy vueltas a la manzana en mi bicicleta Raleigh, no tanto para hacer ejercicio sino para dar envidia a muchos pibes del barrio. O voy a la casa “de a lado” porque la nena que vive ahí, María Cecilia, es mi mejor amiga. A veces, hastiadas las dos de jugar en “interiores” decidimos salir a la vereda para, cuando ya cansadas de correr ó de escondernos, sentarnos a reposar nuestras machucadas rodillas sobre el umbral de alguna puerta de entrada. Así, sin darnos cuenta, vemos pasar la vida que se enreda entre las pajas de las escobas de las respetables señoras que limpian prolijamente las veredas de los frentes de sus respectivas casas mientras chiguestean * a destajo. No se mi amiguita pero yo - Pisciana total – presto mi oreja a la “blableta” de las “barredoras” y atesoro en mi memoria todos los chismarajos* de Las Alegres Comadres de Mi Barrio.

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