lunes, 1 de noviembre de 2010

Batones y Bigudies Marplatenses IV

La Viuda, el Viudo y la Ánima

Mar del Plata, marzo 1950. Cementerio de la Loma. Día Martes 10 horas.

Frente a la bóveda familiar, el viudo llora desconsoladamente. Familiares, amigos y vecinos le acompañan en el sentimiento. ¡El viudo y la difunta habían sido tan unidos! “Pobrecita… irse tan temprano de esta vida”, lloriquean las 5 vecinas amigas ya de regreso de la necrópolis marplatense .Ella había sido la modista que vivía en el barrio. Eso no disminuye su cotización social, ya que todas sus clientas, Carlota es una de ellas, pertenecen a la clase media “acomodada” marplatense. “Pobre… quedarse viudo casi cincuentón”, murmuran las mismas dolientes buenas señoras, algunas de ellas con un poquitín de maledicencia. Él es jefe de mantenimiento en la sede marplatense de un ente estatal.
Como el sepelio tuvo lugar a la mañana, tanto la mamá como la tía de Maricé pudieron asistir al mismo. Así que esa tarde el único motivo de intercambio de opiniones se centró en tan infausta ceremonia y, por supuesto, en los protagonistas de la misma. Doña Paca abre el debate. Dice entre chupada y chupada a la bombilla del mate que comparte con sus cuatro amigas, que la pareja no había tenido mucha vida social. La difunta salía muy poco de su casa. Siempre estaba trabajando. Carlota dice comprender porque la finada no tenía ni tiempo ni ganas de ser anfitriona en su hermosa casa de dos pisos. Las hermanas Hortensia y Emilia agregan casi a dúo que la pobrecita había transformado la planta baja en taller de costura y salón de pruebas. Carlota dice que una vez subió hasta el dormitorio; fue a probarse un vestido pero ella no la pudo atender porque estaba en cama, muy descompuesta. Para Carlota eso fue un aborto. Hortensia y Emilia se inquietan ante esa palabra, tratan de cambiar la conversación con gestos y siseos mientras nos señalan a Maricé y a mi que estamos tranquilamente dibujando las carátulas en los cuadernos que acabamos de comenzar ya que son nuestros primeros días de clase. Nosotras somos amigas pero no vamos al mismo colegio. Maricé va a un colegio de monjas. Yo voy a la Escuela Nº 6. Mi escuela está cerca de casa. Antes me gustaba más ir a la escuela porque era más linda que ahora. Era más chiquita y yo estoy muy encariñada con ella. Estaba en la esquina de la calle Brown con la calle Rioja. Pero ahora es más grande y no me gusta, se que no me va a gustar. Además está más lejos, en la calle Mitre y Gascón. Yo voy al colegio por la mañana y voy a tener que cruzar la Plaza Mitre que es linda cuando hay sol, pero no temprano por la mañana. Me pregunto que tiene de malo la palabra aborto que dijo la regordeta Carlota. Creo que después, si me acuerdo, le voy a preguntar a mi mamá.
Lo que sí alborotó a todas es que ellas nunca se habían enterado de ese hecho.
Carlota sigue adelante contando lo que vio y criticando en retrospectiva. Comenta que el dormitorio era precioso, todo muy coqueto. Estaba todo vestido con las cortinas y las colchas que la finada había comprado en Asplanato y Galloni. Pero ¿para qué?.... si su marido siempre pasaba largas horas fuera del hogar. Teresa, en unos de los raros momentos en que su sordera parece amenguar, escucha las últimas palabras de Carlota. Levanta la vista de su labor, mira lánguidamente a sus amigas y así detiene el parloteo de ellas. Su aguda voz se eleva tímidamente en defensa del viudo diciendo que seguro que siempre volvía cansado de su trabajo. Agrega a su alegato lo responsable que él es en sus tareas. Doña Paca, la que parece saber todo, confirma de alguna manera la observación de la sorda diciendo que ya en su casa, y después de entrar su coche en el garaje, se calzaba las pantuflas y no salía hasta la mañana siguiente. Emilia, gran conocedora del desapego marital, sentencia que nunca hubo amor entre la pareja, la que nunca fue un ejemplo de amor y compañerismo. Calcula cuantas veces él le debe haber puesto los cuernos a ella. Otra vez siseos y gestos nerviosos señalándonos a nosotras. Basa sus cómputos en sus propias desdichas conyugales las cuales son bien conocidas por sus amigas. Hortensia - ya virgen inconsolable - piensa en silencio sobre la apostura de este hombre que ella ve pasar por la puerta de su casa casi todos los días, tan alto, tan bien vestido, siempre bien peinado, bien afeitado, con su bigote tan sentador! Hasta se imagina el aroma de su perfume, un perfume fuerte, varonil pero delicado a la vez. Mientras repasa la costura floja de la sisa de una blusa de María Cecilia, se dice a si misma que buen partido sería este flamante viudo.

Un año después en Tandil. Semana Santa. Viernes Santo, 22 horas.

Una sombra furtiva sale del auto bermellón estacionado en el patio trasero del hotel. Una vez fuera del coche, levanta la vista hacia una ventana del ala derecha del segundo piso. Sus cortinas no están corridas y una luz cálida, que se filtra a través de los vidrios, permiten ver los movimientos de las siluetas de las dos personas que ocupan la habitación. La sombra se desliza sigilosamente hacia arriba para acomodarse en el alfeizar de la ventana en cuestión para desde ahí poder atisbar tranquilamente. Pero su tranquilidad se desvanece en un espasmo mezcla de odio e impotencia al ver la escena que se está desarrollando en la habitación. La hijaputez de la escena la encoleriza. Amenaza con volver a la vida y castrar al desgraciado… ¡Engañarla con la Viuda Alegre de la otra cuadra! Y no sólo eso, él está usando el pijama que ella en vida le cosió para su cumpleaños y la otra tiene puesto el que siempre fue su camisón más lindo. Al finalizar su soliloquio de espantajo herido y sin dudar un instante, la sombra se escabulle ubicándose entre las costuras de la pretina del pantalón del pijama del viudo. Una vez allí la ánima cruza el dedo índice de su mano derecha sobre el dedo índice de su mano izquierda en forma de gancho. Y espera…

Mismo lugar. Sábado Santo, 00.30 horas.

El doliente viudo está anonadado. Y más doliente que nunca. Hace más de dos horas que se esfuerza en demostrar sus habilidades de macho marplatense. Todos sus braguetazos han sido bragazas. Su impotencia aumenta en forma proporcional al silencio piadoso de la Viuda Alegre de la otra cuadra. Al final vencido por la situación se sienta al borde de la cama, campo de batalla y escenario de su derrota, y mientras mira su arma masculina reducida a una arrugada nada se pregunta en un susurro que es casi un sollozo ¿por qué eso jamás le había pasado con la difunta? ….

Mismo lugar. Sábado Santo, 01,00 horas.

Desde la ventana que da hacia el patio trasero del hotel, mientras mira sin ver al auto rojo cuidadosamente estacionado, en un frustrante monólogo la Viuda Alegre de la otra cuadra se dice que cuanto mejor hubiera sido quedarse en casa antes que viajar con este pollerudo que no sólo trajo consigo el retrato de la finadita y lo puso sobre esa mesita con espejo que sirve de tocador de ese hotelucho de cuarta…sino que lo único que decía a cada rato: “con ella esto nunca me pasó… con ella esto nunca me pasó…”

Mismo lugar. Sábado Santo, 01,05 horas.

La sombra se escurre de la pretina del pantalón del pijama del hombre. Sus dedos no están más cruzados. Ya no siente furia ni inquina por la frustrada pareja que está en la habitación. Es un ánima exultante de alegría. Y mientras vuelve a su mirador en el alfeizar de la ventana, piensa… “¡cuán boludos son los seres vivos…!

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